Capítulo 24

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Aquello era, lo más ridículo que había hecho en toda mi vida.

El hombre que se encontraba en lo alto del Bazar Sekken me había asegurado que nadie me reconocería con eso puesto, pero aun así tenía mis dudas.

Las guardias gerudo seguían apostadas junto a la entrada de la Ciudadela, imperturbables. Tomé aire y eché a andar en su dirección.

"No va a funcionar." Aquellas ropas dejaban al descubierto gran parte de mi cuerpo y, a pesar de que lo único visible en mi rostro eran los ojos porque el resto estaba tapado por un fino velo de seda, saltaba a la vista que era un hombre.

Sin embargo, tenía que intentarlo.

Me detuve al llegar frente a las dos mujeres que cuestionaban la entrada. Sus lanzas resplandecían bajo la luz del sol abrasador del desierto.

Les sostuve la mirada, preparándome para lo peor. Y ellas... ellas sonrieron y me permitieron el paso.

Les observé con incredulidad. ¿Así de fácil era burlar a la guardia de aquella ciudad?

Fuera como fuese, acabé pudiendo acceder al interior de la Ciudadela.

La Ciudadela Gerudo era un lugar muy animado. Estaba repleto de callejuelas en las que podrías pasarte horas y horas perdido..., y también estaba repleto de mujeres. Hasta arriba. No había ni un solo hombre.

Sentí que mi rostro entero comenzaba a arder y apuré el paso, tratando de pasar desapercibido.

Cerca de la plaza había un palacio, modesto y sencillo en comparación con el de la Región de los Zora.

Avancé entre los puestos de frutas, flechas y ropas y, de alguna forma inexplicable, mi idea de pasar desapercibido funcionó.

Había oído hablar de la matriarca gerudo. Se decía muchas cosas sobre ella en los caminos. Algunos aseguraban que tan solo era una niña, mientras que otros era una digna sucesora de la antigua elegida Urbosa.

Urbosa... Mis recuerdos acerca de ella habían ido regresando poco a poco. Había conocido a Zelda mejor que nadie. Sin su ayuda, quizá nunca hubiera llegado a comprender quién era Zelda en realidad.

Subí la larga escalinata con rapidez. Arriba, junto a la entrada del palacio, dos guardias vigilaban.

—¿Qué crees que estás haciendo? —me espetó una.

Carraspeé e intenté que mi voz sonara más aguda.

—Necesito... necesito hablar con vuestra matriarca.

La mujer me miró con el ceño fruncido y, por un momento, temí que me hubiera descubierto.

—La matriarca ha pedido que se deje entrar en el palacio a todas las viajeras que soliciten una audiencia. —Suspiró—. Pero te lo advierto, jovencita; como se te ocurra hacerle algo a mi señora, yo misma te llevaré hasta la guarida del clan Yiga y te tiraré por ese agujero. ¿Te ha quedado claro?

Me apresuré a asentir con la cabeza.

—Muy bien. Puedes entrar.

Pasé de largo y accedí al interior del palacio. Era poco ostentoso; había dos estatuas que representaban a guerreras gerudo, con los puños en torno a enormes espadas. Al final de la estancia se encontraba el trono y, junto a él, una mujer alta y musculosa montaba guardia.

Me quedé de piedra al ver a la matriarca.

"Diosas", pensé. "Es solo una niña."

No debía sobrepasar los catorce años. No era parecía tan fornida como el resto de los miembros de su raza, aunque conservaba el mismo pelo rojo fuego.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora