Capítulo 28

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Estaba ensangrentado y agotado, pero las gerudo no me permitieron el paso a su Ciudadela. A Byrta sí la dejaron entrar; tuvieron que llamar a más soldados para ayudarla, porque ella estaba en peor estado que yo, y apenas podía mantenerse en pie por sí sola.

No obstante, podría haber estado desangrándome en el suelo, y nadie hubiera movido un dedo para ayudarme por el simple hecho de ser un shiok.

—Por favor —les supliqué, pese a saber que sería en vano.

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —rugió una de las gerudo que guardaba el paso—. Los shiok tienen prohibida la entrada. Es la ley.

—Pero...

—No.

Apreté los puños.

—Tengo el casco del trueno.

Ambas mujeres fruncieron el ceño.

—¿Qué?

—Lo he recuperado.

—¿Que lo has... ?

—Así es.

Se miraron, todavía con el ceño fruncido.

—Enséñanoslo.

Obedecí y rebusqué en la bolsa de viaje. Di gracias a las Diosas por haber tenido la sensatez de dejar las alforjas junto a Viento en la posta. Allí estaba la mayor parte de mis provisiones, además de un buen número de rupias y las flechas ancestrales de Rotver.

No tardé mucho en dar con el casco del trueno. Era frío como el hielo. Lo saqué de la bolsa y se lo mostré a las gerudo. Ellas me lo arrebataron de un manotazo y lo examinaron con ojo crítico.

—Oh, Diosas, es el de verdad —oí susurrar a una.

La otra se quedó boquiabierta.

—¿Qué hacemos?

La primera que había hablado se mantuvo en silencio unos instantes. Luego dijo:

—Iré a buscar a la capitana. Quédate con el shiok.

Su compañera asintió. Inmediatamente después, la otra me arrebató la bolsa de viaje de las manos.

—¡Eh! ¿Qué... ?

—Silencio —me ordenó—. Espera aquí, shiok.

Guardó el casco del trueno en mi bolsa, dio media vuelta, y se perdió en el interior de la Ciudadela.

—Devolvedme mis cosas —le exigí a la gerudo que se había quedado junto a las puertas.

Ella tenía que bajar la vista para mirarme. Me sacaba al menos dos cabezas, y la diferencia de estatura nunca me había parecido tan abismal.

—No podemos.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué?

—No hagas preguntas, shiok. Será peor para ti.

—Pero...

—¡Silencio! —rugió.

Estábamos atrayendo las miradas de la gente, de modo que decidí obedecer. Contemplé la entrada con los puños apretados. En aquella bolsa de viaje había metido unas pocas rupias, comida, la capa y... y la piedra sheikah. La piedra sheikah también estaba ahí dentro.

Algo se retorció cerca de mi corazón al considerar las posibilidades. Diosas, tenían que devolverme la bolsa de viaje. Tenían que hacerlo. No había nada malo allí. Y no iba a permitir que se quedasen con la piedra sheikah. No, de ninguna manera iban a robar eso.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora