Capítulo 33

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Pasé dos días más en el Bosque Kolog. Era difícil abandonar aquel lugar; todo estaba en calma. No había monstruos, y lo único que rompía el silencio era el susurro del viento entre las hojas de los árboles. Podría ser incluso un sitio seguro, si no fuera por el Bosque Perdido.

La herida no había tardado mucho en cerrarse del todo. No sabía de dónde había salido aquella medicina milagrosa, pero estaba seguro de que haría cosas increíbles si la llevásemos al resto de Hyrule. Los kolog se negaron en rotundo cuando se lo propuse, por supuesto.

—No, señor Héroe —me dijo uno—. La medicina del bosque debe quedarse en el bosque.

Y yo tampoco había querido discutir. No iba a obligar a aquellas criaturas a hacer algo que no quisieran. Además, en Hyrule teníamos nuestros propios remedios. No eran tan milagrosos como la medicina del bosque, pero seguían surtiendo efecto.

De modo que, dos días después, había decidido marcharme. Les había dado las gracias una vez más a los kolog —porque no solo habían curado mi herida, sino que también habían arreglado el enorme agujero que había hecho en mi capa—, y luego el Gran Árbol Deku me había dado su bendición y me había deseado buena suerte.

—Que las Diosas iluminen tu camino —me había dicho antes de volver a su estado de letargo.

Encontrar el camino de salida fue cien veces más fácil de lo que esperaba. El bosque no opuso resistencia. Ni siquiera intentó defenderse. Me dejó salir sin provocar ningún altercado.

Y, cuando por fin estuve fuera y los enormes árboles hubieron quedado atrás, el resto de Hyrule me recibió con los brazos abiertos.

Lo había echado de menos. Y nunca habría llegado a pensar que echaría de menos la forma en que el viento agitaba la hierba, o la manera en que el sol se escondía tras las montaña. Aunque, para empezar, tampoco habría llegado a pensar nunca que grabaría en la memoria la figura de una simple montaña. Pero, al parecer, todo era posible.

Recorrí el camino de vuelta a la posta más cercana, donde había dejado a Viento. Lo de no llevarle conmigo al Bosque Perdido había sido una buena idea. No imaginaba a Viento allí. Era un animal leal, pero jamás querría exponerle a aquella clase de peligros. Además, Viento nunca me lo perdonaría, por muchas manzanas con las que le sobornara.

Ya estaba atardeciendo cuando llegué a la posta. Algunos viajeros habían decidido encender hogueras. Había un grupo de comerciantes sentados junto al fuego. Hablaban tan alto que, incluso desde una distancia considerable, alcancé a oír lo que decían.

—... más monstruos. El otro día atacaron a uno de mis compañeros en el camino de Hatelia. Casi no lo cuenta.

Miré hacia el castillo con una mueca. Quizá eran solo imaginaciones mías, pero la nube oscura que lo rodeaba se había tornado más espesa. Más negra. Esperaba que solo fuese eso, mi imaginación.

Quise llamar a Zelda y decirle que ya quedaba poco, que me dirigía al castillo. Sin embargo, me había prometido que no volvería a hablarle. Ella estaba en una posición complicada, y el Cataclismo podría romper su sello en cualquier momento. Tenía que reservar su poder para lo importante, y hablar conmigo no era importante. Por mucho que me doliera o por mucho que la echase en falta. Solo esperaba que pudiera aguantar unos pocos días más.

Fui hacia los establos y me acerqué a Viento. Vi que había pequeñas trenzas en su crin.

—¿Qué te han hecho? —¿Y cómo se había dejado cepillar por alguien? Siempre que yo lo intentaba, coceaba y relinchaba como si fuera un moblin a punto de abalanzarse sobre él—. Traidor.

Viento no emitió sonido alguno; solo se me quedó mirando, como si fuese inocente. Pero no me engañaba. Metió el hocico en la bolsa de viaje, donde sabía que estaban las manzanas. Me aparté con el ceño fruncido.

El Héroe de HyruleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora