El viejo me llevó hasta su cabaña, aunque más bien parecía una choza hecha con troncos. Pero era agradable tener un lugar en el que pasar la noche. Todavía no me atrevía a dormir al raso.Pese a que era pequeña, bastaría. Contaba con un sencillo jergón y una mesa, y en el exterior ardía un fuego.
—Solo tengo una cama, pero ahí voy a dormir yo. Tú te quedarás aquí fuera.
—Eso ya lo suponía —murmuré.
Nos habíamos sentado a cenar una sopa de calabaza junto a la hoguera. La sopa sabía a antigüedad pura, pero no emití una sola queja.
Al acabar, el anciano anunció que se iba a dormir. Por lo menos tuvo el detalle de lanzarme una manta desgastada antes de marcharse.
No tardé en empezar a sentir frío, sin importar la presencia del fuego, que chisporroteaba alegremente justo frente a mí. Pasé la manta alrededor de mis hombros, intentando entrar en calor.
Dejé que pasara el tiempo.
Quizá había transcurrido una hora, o tal vez dos, cuando noté que varias lágrimas descendían por mis mejillas. Aquello me sorprendió incluso a mí.
Las sequé lo más rápido que pude.
Había pedido respuestas. Y las había encontrado. Pero dolían; dolían demasiado.
¿Quién era la dueña de esa voz? Sonaba familiar, como si ya la hubiera oído antes. ¿Cuándo? ¿Por qué?
Lo peor de todo era que sabía que ella estaba sufriendo. Lo sentía. Y, sin embargo, no podía hacer nada. Porque estábamos lejos, muy lejos. Lagos, ríos, llanuras y montañas nos separaban. Miles y miles de leguas.
Suspiré. Tenía que dejar de torturarme con aquellos pensamientos oscuros. Al menos hasta el día siguiente.
No obstante, permití que una última lágrima rodara lentamente por mi mejilla antes de cerrar los ojos.
Soñé que corría. Corría y corría a través de un denso bosque. La lluvia caía sin piedad, fría como el hielo. Pero no podía parar. No hasta que estuviera a salvo.
¿Quién debía estar a salvo?
Lo había olvidado.
Agarraba a alguien de la mano. ¿A quién? También lo había olvidado.
Aun así, podía percibir el tacto de sus dedos. Eran cálidos, suaves y... familiares.
Escuché unas pisadas metálicas detrás de nosotros. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando vi el artefacto que nos perseguía.
Intenté huir, intenté que al menos ella escapara ilesa. Pero no fui lo suficientemente rápido.
La luz del amanecer me golpeó en los ojos cuando los abrí. El fuego ya estaba más que apagado, y de la leña solo salía un débil rastro de humo.
"Fue una pesadilla", traté de convencerme a mí mismo. "Una estúpida pesadilla. Solo eso."
Entonces, ¿por qué había sido tan real? Si me esforzaba, todavía notaba un leve cosquilleo en la mano izquierda, donde se habían aferrado los dedos de la persona con la que huía. Si me esforzaba, todavía era capaz de experimentar el dolor. Si me esforzaba, todavía podía sentir aquella desesperación que inundaba el ambiente del bosque por el que corría.
Decidí que pensar en ello únicamente serviría para empeorar las cosas. Obtendría más preguntas que respuestas.
Me deshice de la manta y entré en la cabaña. El viejo se hallaba sentado en una silla que parecía estar a punto de romperse. Advertí que escribía algo en un cuaderno tan desgastado que las páginas habían adquirido un color amarillento.
—¿Y bien? ¿Vas a pasarte todo el día deambulando por aquí? Porque creo recordar que te pedí que hicieras algo.
Le dirigí una mirada fulminante.
—Lo sé. —Él tenía razón. Me había dado un propósito, algo que hacer en vez de andar por ahí sin un rumbo fijo.
Quizá era ridículo, pero era mejor que nada.
***
Tardé poco más de una semana en acudir a los cuatro santuarios. La Meseta de los Albores no era un lugar extenso o vasto, pero debía recorrerla a pie. Y el camino no estaba exento de peligros.
Escalé montañas, ascendí por colinas y exploré ruinas olvidadas. Recorrí páramos desolados y llanuras solitarias, e incluso atravesé estepas heladas y cubiertas una capa de nive tan gruesa que me llegaba por encima de los tobillos.
Y así, completé la misión que se me había encomendado. La primera de muchas.
Cuando salía del último santuario, escuché la inconfundible risa del viejo, que aterrizó frente a mí con su paravela. Me pregunté que cómo demonios era posible que hubiera llegado hasta la parte fría de la Meseta de los Albores. Después de todo, no dejaba de ser un anciano.
—Ya veo que has hecho lo que te había pedido.
—La paravela...
—No te adelantes —me interrumpió él. Su rostro había adoptado una extraña gravedad que nunca antes había visto—. Link... ha llegado el momento de que sepas la verdad.
—¿La... verdad? —repetí, desconcertado. Siempre había tenido la sensación de que aquel viejo me ocultaba algo. Y mis sospechas habían resultado ser ciertas.
—Ve al Templo del Tiempo. —Su mirada profunda me provocaba escalofríos—. Te estaré esperando...
Desapareció como por arte de magia. De su cuerpo solo quedaron unas débiles chispitas de un color verdoso.
———
¡Sorpresa sorpresa! Como he visto que algunos queréis más capítulos (porque aunque no conteste leo todos vuestros comentarios), he decidido publicarrrrr.
Ev se siente generosa en Navidad, y por ello publicará hoy el capítulo 3 (es este) y mañana el 4. Y sí, no os preocupéis porque habrá publicación también el domingo.
No me queda nada más que deciros salvo que paséis una muy feliz y RESPONSABLE Navidad y que recibáis todos los regalos que habéis pedido. Eso sí, siguiendo todas las normas de seguridad :)
¡Felices fiestas!
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El Héroe de Hyrule
FanfictionHace cien años, la princesa decidió sumir al héroe en un letargo para que se recuperase de sus graves heridas. Hace cien años, la princesa decidió sacrificarse por su reino. Ahora, Link despierta en un misterioso santuario, solo y sin recuerdos. Lo...