14 Entonces, el Japón antiguo

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   A la mañana siguiente, Chabrot llama a mi puerta. Parece haberse recuperado, ya no le tiembla la voz y su
nariz está seca y con buen color. Pero parece un fantasma.
   —Pierre ha muerto —me dice con voz metálica.
   —Lo siento mucho —le contesto.
   Y de verdad lo siento sinceramente por él, porque si Pierre Arthens ya no sufre, Chabrot tendrá que aprender a
vivir estando como muerto.
   —Las pompas fúnebres llegarán de un momento a otro —añade Chabrot con su tono espectral—. Le agradecería mucho que hiciera el favor de acompañar a estos señores hasta la casa
del señor Arthens.
   —Descuide —le digo.
   —Volveré dentro de dos horas, para ocuparme de Anna.
   Me mira un momento en silencio.
   —Gracias —dice (por segunda vez en veinte años).
   Estoy tentada de responder conforme a las tradiciones ancestrales de las porteras pero, no sé por qué, las
palabras no salen de mi boca. Quizá sea porque Chabrot ya no volverá, porque ante la muerte las fortalezas se hacen
añicos, porque me acuerdo de Lucien, porque la decencia, por último, prohibe una desconfianza que ofendería a los difuntos.
   Por ello, no le digo:
   —A mandar.
   Sino:
   —¿Sabe?... todo llega cuando tiene que llegar. Esto puede sonar a proverbio popular, aunque sean también las
palabras que el mariscal Kutuzov, en Guerra y paz, dirige al príncipe Andrés.
Me hicieron, por la guerra y por la paz, tantos reproches... Pero todo llegó a su tiempo... Todo llega cuando tiene que
llegar para quien sabe esperar...
   Daría cualquier cosa por leer directamente en ruso. Lo que siempre me ha gustado en este pasaje es el ritmo, el
balanceo de la guerra y la paz, ese flujo y reflujo en la evocación, como la marea
sobre la arena se trae y se lleva los frutos del mar. ¿Se trata acaso de un capricho del traductor, que adorna un estilo ruso muy comedido —me hicieron
tantos reproches por la guerra y por la paz —y que remite, en esta fluidez de la frase que ninguna coma viene a romper,
mis elucubraciones marítimas al
capítulo de las extravagancias sin fundamento; o es la esencia misma de este texto maravilloso que, hoy todavía, me arranca lágrimas de júbilo?
   Chabrot asiente suavemente con la cabeza y luego se va.
   El resto de la mañana transcurre en una atmósfera de tristeza. No tengo ninguna simpatía postuma por Arthens
pero me arrastro como alma en pena y ni siquiera consigo leer. El paréntesis de felicidad que la camelia sobre el musgo del templo ha abierto en la crudeza del mundo se ha cerrado sin esperanza, y la
negrura de todos esos abismos corroe mi amargo corazón.
   Entonces, el Japón antiguo viene a inmiscuirse. De uno de los pisos desciende una melodía, clara y alegremente perceptible. Alguien toca al
piano una pieza clásica. Ah, dulce hora que de improviso desgarra el velo de la
melancolía... En una fracción de eternidad, todo cambia y se transfigura. Un fragmento de música desprendido de una pieza desconocida, un poco de
perfección en el flujo de las cosas humanas —inclino despacio la cabeza, pienso en la camelia sobre el musgo del templo, en una taza de té mientras el
viento, fuera, acaricia las hojas de los árboles, la vida que se escapa se inmoviliza en una joya sin mañana ni proyectos, el destino de los hombres, salvado del pálido sucederse de los días, se nimba por fin de luz y, más allá
del tiempo, exalta mi corazón tranquilo.

La elegancia del erizo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora