2 Ese invisible

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El sobre que un mensajero deja en la portería para Su Majestad Colombe de la Escoria está abierto.
   Abierto del todo, nunca estuvo cerrado. La solapa adhesiva conserva aún su tira protectora blanca, y el sobre entreabre su boca como un zapato viejo, desvelando un taco de hojas encuadernadas con espiral. ¿Por qué no se han tomado la molestia de cerrarlo?, me pregunto, descartando la hipótesis de la confianza en la probidad de los mensajeros y las porteras y suponiendo
más bien la convicción de que el contenido del sobre no los interesará.
   Juro y perjuro que es la primera vez y suplico que se tengan en cuenta los hechos (noche corta, lluvia de verano, Paloma, etc.).
   Saco con cuidado del sobre el taco de hojas.
   Colombe Josse, El argumento de potentia dei absoluta, tesina de máster bajo la dirección del Profesor Manan, Universidad de París-I, la Sorbona.
   Sujeta con un clip a la cubierta hay una tarjeta de visita:
     Querida Colombe Josse:
     Aquí tiene mis anotaciones. Gracias
     por el mensajero.
     Nos vemos mañana en el Saulchoir.
     Cordialmente, J. Maria
   Se trata de filosofía medieval, o al
menos así me informa la introducción al
asunto. Es incluso una tesina sobre Guillermo de Ockham, monje franciscano y filósofo lógico del siglo XIV. En cuanto al Saulchoir, es una biblioteca de «ciencias religiosas y filosóficas» que se encuentra en el distrito XIII y que regentan unos frailes
dominicos. Posee un importante fondo
de literatura medieval, con, apuesto, las
obras completas de Guillermo de Ockham en latín y en quince tomos. ¿Que cómo lo sé? Pues porque fui hace unos años. ¿Por qué? Por nada. Había descubierto en un plano de París esta biblioteca que parecía abierta a todo el mundo y fui a visitarla como coleccionista que soy. Recorrí los
pasillos de la biblioteca, más bien vacíos, ocupados exclusivamente por ancianos muy doctos y estudiantes de aire pretencioso. Siempre me fascina la abnegación con la que nosotros los humanos somos capaces de dedicar una gran energía a la búsqueda de la nada y a la combinación de ideas inútiles y absurdas. Charlé sobre la patrística griega con un joven que estaba redactando una tesis doctoral y me pregunté cómo tanta juventud podía malograrse de esa manera al servicio de la nada. Cuando
se piensa bien en que lo que preocupa
ante todo al primate es el sexo, el territorio y la jerarquía, la reflexión sobre el sentido de la oración en Agustín de Hipona se antoja relativamente fútil. Desde luego, se argüirá sin duda que el hombre aspira a un sentido que va más allá de las pulsiones. Pero yo replico que dicha objeción es a la vez muy
cierta (¿qué decir, si no, de la literatura?) y muy falsa: el sentido es en sí otra pulsión, es incluso la pulsión llevada hasta su grado más alto de realización, pues utiliza el medio más eficaz, la comprensión, para lograr su
objetivo. Pues esta búsqueda de sentido
y de belleza no es el signo de la elevada
naturaleza del hombre que, escapando a
su animalidad, supuestamente encontraría en las luces del espíritu la justificación de su ser; no, es un arma afilada al servicio de un fin material y trivial. Y cuando el arma se toma a sí misma como objeto, es una simple consecuencia de ese cableado neuronal específico que nos distingue de los otros animales y, al permitirnos sobrevivir
gracias a ese medio eficaz, la inteligencia, nos ofrece también la posibilidad de la complejidad sin fundamento, del pensamiento sin utilidad, de la belleza sin función. Es como un virus informático, una
consecuencia sin consecuencia de la
sutileza de nuestro córtex, una desviación superflua que utiliza inútilmente medios disponibles.
   Pero incluso cuando la búsqueda no
divaga así de esta manera, no deja de ser una necesidad que no contraviene la
animalidad. La literatura, por ejemplo,
tiene una función pragmática. Como toda
forma de Arte, tiene como misión hacer
soportable el cumplimiento de nuestros
deberes vitales.
   Para un ser que, como el humano, da
forma a su destino a fuerza de reflexión
y reflexividad, el conocimiento así obtenido tiene el carácter insoportable de toda lucidez desnuda. Sabemos que somos animales dotados de un arma de supervivencia y no dioses que dan forma
al mundo con su propio pensamiento, y
desde luego hace falta algo para que esta
sagacidad sea para nosotros tolerable,
algo que nos salve de la triste y eterna
fiebre de los destinos biológicos. Entonces, inventamos el Arte, este otro
procedimiento del animal que somos,
con el fin de que nuestra especie sobreviva.
   Que nada complace tanto a la verdad
como la sencillez a la hora de expresarla es la lección que Colombe Josse debería haber aprendido de sus lecturas medievales. Hacer fiorituras conceptuales al servicio de la nada es sin embargo todo el beneficio que parece capaz de sacar de toda esta historia.
   Es uno de esos bucles inútiles y también un despilfarro desvergonzado de recursos, entre los que se incluyen el mensajero y yo misma.
   Recorro las páginas recién anotadas
de lo que debe de ser una versión final y
me siento consternada. Habrá que
reconocérsele a la señorita una pluma
que no se defiende demasiado mal,
aunque adolece de los vicios típicos
achacables a su juventud. Pero que las
clases medias se partan el espinazo para
financiar con el sudor de su frente y de
sus impuestos tan vana y pretenciosa
investigación me deja sin habla.
   Secretarios, artesanos, empleados,
funcionarios de baja categoría, taxistas y
porteros se tragan una vida cotidiana
hecha de mañanas grises para que la flor
y nata de la juventud francesa, alojada y
remunerada como es debido, despilfarre
todo el fruto de estas vidas grises en el
altar de ridiculas tesinas.
   A priori, no obstante, es del todo apasionante: ¿Existen universales o bien
sólo cosas singulares?, es la pregunta a
la que, comprendo yo, Guillermo dedicó
lo esencial de su vida.
   Encuentro que es un interrogante fascinante: ¿es cada cosa una entidad
individual —y, en ese caso, lo que es similar entre una cosa y otra no es sino una ilusión o un efecto del lenguaje, que procede mediante palabras y conceptos, mediante generalidades nue designan y engloban varias cosas particulares—o bien existen realmente formas generales de las que participan las cosas singulares y que no son simples hechos de lenguaje? Cuando decimos: una mesa, cuando pronunciamos la palabra «mesa», cuando formamos el concepto de mesa, ¿designamos siempre esta mesa en concreto o bien hacemos referencia realmente a una entidad «mesa» universal que funda la realidad de todas las mesas particulares que existen? ¿Es real la idea de mesa, o pertenece únicamente a nuestra mente? En ese caso, ¿por qué son parecidos algunos objetos? ¿Acaso el lenguaje los reagrupa de manera artificial y para comodidad del entendimiento humano en categorías generales, o bien existe una
forma universal de la que participa toda
forma específica?
   Para Guillermo, las cosas son singulares, y el realismo de los universales, erróneo. No hay más que realidades particulares, la generalidad sólo pertenece a la mente y es complicar lo sencillo suponer la existencia de realidades genéricas. Pero ¿tan seguros
estamos de ello? ¿Qué congruencia hay
entre un Rafael y un Vermeer, me
preguntaba yo anoche mismo? El ojo
reconoce en ambos una forma común de
la que ambos participan, la de la Belleza. Y yo por mi parte creo que tiene que haber realidad en esa forma, no puede ser un simple recurso de la mente humana que clasifica para comprender, que discrimina para aprehender: pues no se puede clasificar nada que no se preste a ello, no se puede reagrupar nada que no sea reagrupable, no se puede reunir nada que no sea reunible. Jamás una mesa será la Vista
de Delft: la mente humana no puede
crear esta disimilitud, de la misma
manera que no tiene el poder de
engendrar la solidaridad profunda que
una naturaleza muerta holandesa
establece con una Virgen con Niño
italiana. De la misma forma que cada
mesa participa de una esencia que le da
su forma, toda obra de arte participa de
una forma universal, y sólo ésta puede
darle el sello que la convierte en eso, en
obra de arte. Bien es cierto que no
percibimos directamente esta universalidad: es la razón por la que tantos filósofos se han mostrado reacios a considerar las esencias como reales porque nunca veo más que esta mesa presente y no bajo su forma universal «mesa», nunca veo más que este cuadro y no la esencia misma de lo Bello.
   Y sin embargo... sin embargo, está ahí, ante nuestros ojos: cada cuadro de un maestro holandés es una encarnación
de ella, una aparición fulgurante que
sólo podemos contemplar a través de lo
singular pero que nos da acceso a la
eternidad, a la atemporalidad de una forma sublime.
   La eternidad: ese invisible que contemplamos.

La elegancia del erizo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora