7 En el Sur conferederado

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   —¿Qué está leyendo? —me pregunta Manuela, que viene, jadeando, de casa de cierta señora de Broglie a quien la
cena que organiza esa noche ha vuelto tísica. Al recibir de manos del mozo de supermercado siete cajas de caviar Petrossian, respiraba como Dark Vader.
   —Una antología de poemas
folklóricos —le digo, cerrando para siempre el capítulo Husserl.
   Hoy Manuela está de buen humor, salta a la vista. Saca con brío una cajita llena de pastas de almendras provistas
aún de los papelitos blancos fruncidos sobre los que se han confeccionado, se sienta, le quita con esmero las arrugas al
mantel, preámbulo de una declaración que a todas luces la exalta.
   Yo dispongo las tazas, me siento a mi vez y aguardo.
   —La señora de Broglie no está satisfecha con sus trufas —empieza Manuela. —¿Ah, no? —contesto educadamente.
   —No huelen a nada —prosigue con expresión hosca, como si ese fallo fuera para ella una ofensa personal de máxima
importancia. esa información en su justo valor, y me complazco en imaginarme a Bernadette de Broglie en su cocina, azorada y desgreñada, afanándose por
vaporizar sobre las infractoras una decocción de jugo de setas y níscalos con la esperanza irrisoria pero desesperada de que terminarán así por exhalar algo que pueda evocar un
bosque.
   —Y Neptune se ha hecho pis en la pierna del señor Saint-Nice —prosigue Manuela—. El pobre animal debía de llevar horas aguantándose, y cuando el
señor ha sacado la correa, no se ha podido contener y se lo ha hecho en el mismo hall sobre el bajo de su pantalón.
   Neptune es el cocker de los
propietarios del tercero derecha. La segunda y la tercera son las únicas plantas divididas en apartamentos (de
doscientos metros cada uno). En el primer piso están los de Broglie; en el cuarto, los Arthens; en el quinto, los
Josse; y, en el sexto, los Pallières. En el segundo viven los Meurisse y los Rosen.
En el tercero, los Saint-Nice y los Badoise. Neptune es el perro de los Badoise o más exactamente de la señorita Badoise, que estudia derecho
en Assas y organiza concentraciones de propietarios de cockers que también estudian derecho en Assas.
   Tengo una gran simpatía por
Neptune. Sí, nos apreciamos mucho, sin duda por la gracia de la complicidad que nace de que los sentimientos de uno
son inmediatamente accesibles al otro.
   Neptune siente que le tengo cariño; sus distintos deseos me son a mí transparentes. Lo sabroso de todo este asunto reside en el hecho de que él se
obstina en ser un perro cuando su ama querría hacer de él un caballero. Cuando sale al patio, tirando, tirando a más no
poder de su correa de cuero amarillo, mira con codicia los charcos de agua enfangada que se pasan todo el día ahí tan tranquilos.
   En cuanto su dueña tira con un golpe seco de su yugo, Neptune baja el trasero
a ras del suelo y, sin más ceremonia, se pone a lamerse los atributos. Cuando ve a Athéna, la ridicula whippet de los Meurisse, saca la lengua como un sátiro lúbrico y jadea de manera anticipada, con la cabeza llena de fantasías. Lo más gracioso que tienen los cockers es que, cuando están de buen humor, tienen unos andares como si se balancearan; es
como si llevaran unos muellecitos fijados a las patas que, al andar, los impulsaran hacia arriba, pero suavemente, sin brusquedad. Al andar así se les agitan también las patas y las orejas, como el balanceo de un navio, y el cocker, barquito amable que cabalga sobre tierra firme, aporta a estos pagos
urbanos un toque marítimo que me encanta.
   Neptune, por último, es un comilón dispuesto a todo por un vestigio de nabo o un mendrugo de pan duro. Cuando su dueña pasa delante del cuartito de la
basura, éste tira como un loco de su correa en dirección al mismo, con la lengua fuera y agitando la cola como un loco. Diane Badoise se desespera. Esta alma distinguida estima que su perro debía haber sido como las muchachas de clase alta de Savannah, en el sur
confederado de antes de la guerra, que sólo podían encontrar marido si fingían
no tener apetito.
   En lugar de eso, Neptune es más bien un, yankee hambriento.

La elegancia del erizo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora