1 Clandestina
Me calzo pues las gafas y descifro el
título.
León Tolstoi, Ana Karenina.
También hay una tarjeta:
Querida señora Michel:
En obsequio a su gato.
Cordialmente,
Kakuro OzuSiempre es reconfortante que lo
aseguren a uno que no se ha vuelto
paranoico.
Tenía yo razón. Me han desenmascarado.
Caigo presa del pánico.
Me levanto mecánicamente y me vuelvo a sentar. Releo la tarjeta.
Algo se muda dentro de mí, sí, no sé
expresarlo de otra manera, tengo la
absurda sensación de que un módulo
interno se traslada para ocupar el lugar
de otro. ¿No les ocurre nunca? Uno
siente como unas remodelacíones internas cuya naturaleza no acierta a
describir, pero es algo a la vez mental y
espacial, como una mudanza.
En obsequio a su gato.
Con una incredulidad que nada tiene de fingida, oigo una risita, una suerte de
gritito ahogado, que proviene de mi propia garganta. Es angustioso pero
divertido. Movida por un peligroso
impulso —todos los impulsos son
peligrosos para quien vive una
existencia clandestina—voy a buscar
una hoja de papel, un sobre y un Bic
(naranja), y escribo:Gracias, no tenía que haberse
molestado.
La portera
Salgo al vestíbulo con precauciones
de indio apache —no veo a nadie—y
deslizo la misiva dentro del buzón del
señor Ozu.
Vuelvo a la portería con paso furtivo
—ya que no hay un alma—y, extenuada,
me derrumbo sobre el sofá, con el
sentimiento del deber cumplido.
Una poderosa sensación de «Dios
mío, qué he hecho» me embarga.
Este estúpido impulso, lejos de poner fin al hostigamiento, lo alienta mil veces más. Es un error estratégico de bulto. Esta dichosa inconsciencia empieza a atacarme los nervios.
Un simple: No comprendo, firmado la portera habría sido sin embargo lo más lógico.
O también: Se ha confundido, le
devuelvo su paquete.
Sin tonterías, corto y preciso:
Destinatario erróneo.
Astuto y definitivo: No sé leer.
Más tortuoso: Mi gato no sabe leer.
Sutil: Gracias, pero el aguinaldo es
en enero.
O también, administrativo: Se ruega
acuse de recibo de la devolución.
En lugar de eso, hago melindres como si estuviéramos en un salón literario.
Gracias, no tenía que haberse
molestado.
Me propulso del sofá y me precipito
hacia la puerta.
Rayos, rayos, rayos.
Por el cristal veo a Paul N'Guyen, el
cual, con el correo en la mano, se dirige
hacia el ascensor.
Estoy perdida.
Ya sólo me queda una opción: hacerme la muerta.
Pase lo que pase, no estoy, no sé nada, no respondo, no escribo, no tomo ninguna iniciativa.
Pasan tres días, en la cuerda floja. Me convenzo a mí misma de que aquello en lo que decido no pensar no existe, pero no dejo de pensar en ello, tanto que una vez olvido dar de comer a León, que
desde entonces es el reproche mudo
felinificado.
Después, hacia las diez, llaman a la puerta.
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La elegancia del erizo
De TodoLa elegancia del erizo es un pequeño tesoro que nos revela cómo alcanzar la felicidad gracias a la amistad, el amor y el arte.