2 La obra del sentido

9 0 0
                                    

   En el umbral encuentro al señor Ozu.
—Querida señora Michel —me dice—, me alegro de que mi envío no la haya importunado. Del pasmo, no acierto a entender nada.
   —Sí, sí —respondo, sintiendo que sudo como un cerdo—. Digo, no, no —me corrijo con una lentitud patética—. Pues muchas gracias.
   Me sonríe amablemente.
    —Señora Michel, no he venido para
que me dé las gracias. —¿No? —digo,
renovando con brío la ejecución del
«dejar morir en los labios» cuyo arte
comparto con Fedra, Berenice y la
desdichada Dido.
   —He venido a pedirle que venga a
cenar conmigo mañana —dice—. Así
tendremos ocasión de charlar sobre
nuestros gustos comunes.
   —Eeeh... —contesto, lo cual es
relativamente corto.
   —Una cena entre vecinos, algo sencillo —añade. —¿Entre vecinos?
   Pero si soy la portera —arguyo, aunque muy confundida.
   —Es posible poseer dos cualidades a un tiempo —me contesta.
   Virgen santa, ¿qué hago?
   Siempre está la vía de la facilidad,
aunque me repugne seguirla. No tengo
hijos, no veo la televisión y no creo en
Dios, todas estas sendas que recorren los hombres para que la vida les sea más fácil. Los hijos ayudan a diferir la
dolorosa tarea de hacerse frente a uno
mismo, y los nietos toman después el
relevo. La televisión distrae de la
extenuante necesidad de construir
proyectos a partir de la nada de nuestras
existencias frivolas; al embaucar a los
ojos, libera al espíritu de la gran obra
del sentido. Dios, por último, aplaca
nuestros temores de mamíferos y la
perspectiva intolerable de que nuestros
placeres un buen día se terminan. Por
ello, sin porvenir ni descendencia, sin
píxeles para embrutecer la cósmica
conciencia del absurdo, en la certeza del final y la anticipación del vacío, creo
poder decir que no he elegido la vía de
la facilidad.
   Sin embargo, cuan tentada me siento
ahora de hacerlo.
   —No, gracias, pero mañana estoy
ocupada —sería el procedimiento más
indicado.
   De éste existen varias variaciones
corteses.
   —Es muy amable por su parte, pero
tengo la agenda de un ministro (poco
creíble).
   —Qué lástima, pero mañana
precisamente me marcho a Megève
(fantasioso).
    —Lo siento, pero mañana viene mi
familia a cenar (requetefalso).
    —Mi gato está enfermo, no puedo
dejarlo solo (sentimental).
   —Estoy enferma, prefiero guardar
cama (desvergonzado).
   En fine me dispongo a decir: gracias, pero esta semana tengo gente en casa
cuando, bruscamente, la serena
amabilidad que muestra el señor Ozu, de pie ante mí, abre en el tiempo una brecha fulgurante.

La elegancia del erizo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora