La Civilización es la violencia
domeñada, la victoria siempre
inconclusa sobre la agresividad del
primate. Pues primates fuimos y
primates somos, por mucha camelia
sobre musgo de la que aprendamos a
gozar. He ahí la función de la educación.
¿Qué es educar? Proponer sin tregua camelias sobre musgo como derivativos
de la pulsión de la especie, porque ésta
no cesa jamás y amenaza sin tregua el
frágil equilibrio de la supervivencia.
Yo soy muy camelia sobre musgo.
Sólo eso, pensándolo bien, podría
explicar mi reclusión en esta lúgubre
portería. Convencida desde los albores
de mi existencia de la inanidad de ésta,
podría haber elegido rebelarme y,
poniendo al cielo por testigo de la
iniquidad de mi suerte, nutrirme de los
recursos de violencia que nuestra
condición alberga. Pero la escuela hizo
de mí un alma a la que la vacuidad de su
destino no condujo más que a la renuncia y al enclaustramiento. La maravilla de mi segundo nacimiento había abonado en mí el terreno del dominio de toda pulsión; puesto que la escuela me había hecho nacer, le debía lealtad y me avine pues a las intenciones de mis educadores convirtiéndome dócilmente en un ser civilizado. De hecho, cuando la victoria sobre la agresividad del primate se apodera de
esas armas prodigiosas que son los libros y las palabras, la empresa es sencilla, y así es como me convertí en un alma educada que extraía de los signos escritos la fuerza de resistir a su propia naturaleza.
Por ello me ha sorprendido tanto mi
reacción cuando, tras llamar Antoine
Pallières tres veces imperiosamente al
timbre y, sin mediar saludo, ponerse a
contarme con facunda vindicta la
desaparición de su patinete cromado, le
he cerrado la puerta en las narices y a
punto he estado con ese mismo
movimiento de amputar de su cola a mi
gato, que justo en ese momento se
escabullía por el marco.
No tan camelia sobre musgo,
después de todo, me he dicho.
Y como tenía que permitir que León
volviese a sus dominios, he vuelto a
abrir la puerta nada más cerrarla.
—Disculpa, es que hay corriente.
Antoine Pallières me ha mirado con
la expresión de alguien que se pregunta
si de verdad ha visto lo que ha visto.
Pero como está entrenado para
considerar que sólo ocurre lo que tiene
que ocurrir, de la misma manera que los
ricos se convencen de que su vida sigue
un surco celestial que el poder del
dinero cava naturalmente para ellos, ha
tomado la decisión de creerme. La
facultad que tenemos de manipularnos a
nosotros mismos para que no se
tambaleen lo más mínimo los cimientos
de nuestras creencias es un fenómeno
fascinante.
—Sí, bueno, de todas maneras venía
sobre todo para darle esto de parte de
mi madre. Y me ha tendido un sobre de
color blanco.
—Gracias —le he dicho, dándole
una vez más con la puerta en las narices.
Y heme aquí en la cocina, con el
sobre en la mano.
—Pero ¿qué me pasa esta mañana? —le pregunto a León.
La muerte de Pierre Arthens
marchita mis camelias.
Abro el sobre y leo esta notita
escrita en el reverso de una tarjeta de
visita tan gélida que la tinta, triunfando
sobre cualquier pedazo consternado de
papel secante, se ha corrido ligeramente
debajo de cada letra.Señora Michel, ¿podría usted, recibir y firmar en mi nombre la ropa que manden del tinte esta tarde?
Esta noche pasaré por la portería para recogerla.
Gracias de antemano, Firma garabateada.No me esperaba tanta hipocresía en
el ataque. De estupefacción me dejo
caer sobre la silla más próxima.
Me pregunto de hecho si no estaré un poco loca. ¿Les produce a ustedes el mismo efecto cuando les ocurre?
Consideren lo siguiente:
El gato duerme. ¿La lectura de esta
frasecita anodina no ha despertado en
ustedes ningún sentimiento de dolor,
ningún arranque de sufrimiento? Es
legítimo.
Consideren ahora en cambio:
El gato, duerme.
Repito, para despejar toda sombra
de ambigüedad:
El gato coma duerme. El gato,
duerme.
Podría usted, recibir y firmar en mi nombre. Por un lado tenemos ese prodigioso empleo de la coma que, tomándose libertades con la lengua porque no suele ocurrir que se separe el complemento de objeto directo del
verbo que lo rige, magnifica la forma de
la oración:
Me hicieron, por la guerra y por la
paz, tantos reproches...
Y, por otro, estos borrones sobre
papel vitela de Sabine Pallières que
clavan en la frase una coma convertida
en puñal. ¿Podría usted, recibir y firmar
en mi nombre la ropa que manden del
tinte esta tarde?
Si hubiese sido Sabine Pallières una
honrada portuguesa nacida en Faro bajo
una higuera, una portera recién venida
de un pueblito de Puteaux o una
deficiente mental tolerada por su
caritativa familia, habría podido yo
perdonar de buena gana esta ligereza
culpable. Pero Sabine Pallières es una
rica. Sabine Pallières es la esposa de un
pez gordo de la industria armamentística; Sabine Pallières es la madre de un cretino con trenca verde pino que, tras sus varias carreras en las mejores universidades del país, probablemente irá a difundir la
mediocridad de sus ideas de chicha y nabo en un gabinete ministerial de derechas; y, otrosí, Sabine Pallières es la hija de un pendón con abrigo de visón que forma parte del comité de lectura de una importantísima editorial y que está tan enjaezada de joyas que, a veces, temo que pueda desplomarse por el peso.
Por todos estos motivos, Sabine
Pallières es imperdonable. Los favores
del destino tienen un precio. Para quien
se beneficia de las indulgencias de la
vida, la obligación de rigor en la
consideración de la belleza no es negociable. La lengua, esta riqueza del hombre, y sus usos, esta elaboración de la comunidad social, son obras sagradas. Que evolucionen con el tiempo, se transformen, se olviden y
renazcan mientras, a veces, su trasgresión se convierte en fuente de una mayor fecundidad, no altera en nada el hecho de que, para tomarse con ellas el derecho al juego y al cambio, antes hay que haberles declarado pleno sometimiento. Los elegidos de la sociedad, aquellos a los que el hado
exceptúa de esas servidumbres que son
el sino del hombre pobre, tienen por ello
la doble misión de venerar y respetar el
esplendor de la lengua. Por último, que
una Sabine Pallières haga mal uso de la
puntuación es una blasfemia tanto más
grave cuanto que, al mismo tiempo, poetas soberbios nacidos en hediondos carromatos o en chabolas nauseabundas tienen por la Belleza la santa reverencia que le es debida.
A los ricos, el deber de lo Bello. Si no, merecen morir.
Entonces, en este punto preciso de mis reflexiones indignadas, alguien llama a mi puerta.
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La elegancia del erizo
RandomLa elegancia del erizo es un pequeño tesoro que nos revela cómo alcanzar la felicidad gracias a la amistad, el amor y el arte.