4 Sustancias arácnidas

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   —¿Por qué, pero por qué, por amor
de Dios? —le pregunto esa misma tarde
a Manuela. —¡Vamos, vamos! —me dice, colocando el servicio para el té—. Pero ¡si está muy bien!
   —No lo dirá usted en serio —gimo.
   —Ahora toca ser prácticos —dice—. No puede ir así. Es el peinado lo que no está bien —prosigue, observándome con mirada experta. ¿Tienen idea de las concepciones de Manuela en materia de peinado? Esta aristócrata del corazón es una proletaria del cabello. Encrespado, retorcido, cardado y después vaporizado con sustancias arácnidas, el cabello según Manuela ha de ser arquitectural o no ser.
   —Voy a ir a la peluquería —digo, probando la estrategia de la no
precipitación.
   Manuela me mira con recelo. — ¿Qué se va a poner? —me pregunta.
   Aparte de mis vestidos de todos los
días, verdaderos vestidos de portera, no
tengo más que una suerte de merengue
nupcial blanco sepultado en naftalina y
una casulla negra y lúgubre que me pongo en los escasos entierros a los que
se me invita. 
   —Me voy a poner mi vestido negro—contesto. —¿El de los entierros? — pregunta Manuela, aterrada.
   —Pero si es que no tengo otra cosa.
   —Entonces tiene que comprarse algo.
   —Pero si no es más que una cena.
   —Pues claro, qué se ha creído, sólo
faltaría —responde la carabina
agazapada en Manuela—.
   Pero ¿es que usted no se viste cuando la invitan a cenar?

La elegancia del erizo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora