Benjamín estaba a punto de ingresar a la vivienda, cuando vio que Isabel y Juan Cruz estaban con una tableta, sentados codo a codo, petrificados en la pantalla. Ambos se veían asombrados por algo: tenían los ojos y las bocas abiertas.
El señor Medina se quedó un rato observando a sus hijos desde el exterior. A veces sentía que no los conocía lo suficiente: no tenía idea en qué estaban metidos (ya que Isabel no se lo había especificado), no sabía por qué le habían disparado a Juan Cruz y qué era lo que hacían cada vez que salían a la calle.
Había hablado con su ex esposa al respecto. Soledad le había dicho que ambos solían escapar de la vivienda junto a sus parejas, y que creía que estaban llevando a cabo investigaciones peligrosas durante las noches.
Benjamín presentía que estaban buscando la verdad sobre la muerte de su hermana. Si estaba en lo correcto, sabía que no se detendrían, especialmente Isabel, quien era la persona más obstinada que jamás había conocido.
Más tarde, sus hijos hicieron la tableta a un lado. Dialogaron sobre algo que él no pudo oír: parecían estar debatiendo y exponiendo sus opiniones. Isabel se asomó a la ventana y prendió un cigarrillo.
Soledad le había comentado que su hija fumaba mucho, y le había pedido que le ayudara a controlar su vicio.
Era hora de intervenir.
—¿Qué están haciendo? —inquirió, frunciendo el entrecejo.
Pensó que, de ese modo, la adolescente apagaría el cigarrillo... pero no lo hizo. Se limitó a contemplarlo fijamente, y a afirmar:
—Lo siento, papá. Tengo un vicio: fumo cada vez que estoy nerviosa.
—Últimamente vivís nerviosa —acotó Juan Cruz.
Isabel lo fulminó con la mirada.
Benjamín no pudo evitar preguntarse: ¿Por qué sus dos hijos tenían vicios? ¿Qué había pasado durante estos meses, que estaban tan diferentes? ¿Acaso la convivencia con Damián les había robado su alegría?
Ellos le habían insistido durante un largo lapsus de tiempo a Benjamín para que apurara los trámites de la mudanza ¿Y si ahora ya era demasiado tarde?
Se sentía increíblemente frustrado, y un mal padre. Los Medina eran buenos muchachos, si ambos tenían adicciones, debía ser porque ninguno era capaz de lidiar con ciertos problemas. Al fin y al cabo, no eran más que un par de adolescentes.
—Chicos, no quiero que continúen consumiendo/inhalando sustancias nocivas. Si necesitan ayuda de algún profesional para abandonar sus vicios, no dudaré en...
—No dejaré de fumar —retrucó Isabel—. Lo siento, papá. Dentro de diez meses, seré mayor de edad... pero estuve viviendo este verano como si ya lo fuera. He transitado por situaciones muy difíciles de sobrellevar, y en ocasiones, mi única compañía ha sido el cigarrillo. Podés castigarme o no darme más dinero, no me importa. Tengo trabajo, y puedo mantener mis propias adicciones...
—Isabel... —balbuceó su padre. Su hija era muy buena argumentando, sería una excelente abogada en un futuro. Además, era muy obstinada, y disuadirla era una tarea muy complicada—. Sólo me preocupo por tu salud...
—Lo dejaré cuando yo considere que ha llegado el momento —replicó.
Benjamín apretó los labios. No era capaz de enfrentar a su hija, de castigarla, de decirle que la obligaría a dejar su vicio: sentía que no tenía derecho a hacerlo, ya que los adolescentes habían vivido muchas experiencias horribles por sí mismos. Debe de haber sido muy duro para ella haber recordado que fue testigo del asesinato de su tía.
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Sangre Letal [COMPLETA].
Science FictionIsabel convive con una madre sumisa, un padrastro abusivo y un hermano menor al cual debe proteger. Samuel sólo tiene a su padre, quien lo maltrata y experimenta con él. Sus caminos están destinados a entrelazarse. Existe una sociedad secreta que ll...