Capítulo Veinticuatro: "Serendipia".

315 69 205
                                    


Samuel estaba bebiendo whisky en una botella de vidrio, mientras caminaba perezosamente hasta la guarida de los Culturam.

Estar ebrio le aliviaba un poco el dolor intenso que sentía en su interior. No podía creer que todo este tiempo su padre le hubiera ocultado la verdad. No podía creer que Isabel fuera su prima, y que estuviera perdidamente enamorado de ella. ¿Cómo haría para seguir viéndola y no poder besarla nunca más? No podía creer cuán miserable era su vida. Deseaba morir allí mismo ¿Acaso nunca sería feliz? Quizás había soñado con algo inalcanzable para un monstruo de sangre letal.

Mientras ingería aquella bebida alcohólica, no era capaz de dejar de pensar en los momentos que había compartido con la señorita Medina. Había sido sólo un mes, pero le había cambiado la forma de pensar. Recordó cuando había seguido a Ezequiel hasta la discoteca para que éste no la molestara y había bailado con ella, y también la había llevado al galpón donde habían hallado el cadáver de su madre. Pensó en aquel día en el lago, en que habían estado jugando en el agua, y habían tenido largas conversaciones a la luz de la luna. Pensó en su primer beso en el mirador, en la vez que Isabel lo llamó: "pájaro enjaulado" y en su cumpleaños. Ella le había dado alas, y ahora que no podía estar a su lado, sus emociones lo quemaban por dentro. Hacía años que no sentía un dolor tan punzante en su interior.

Acarició el colgante que Isabel le había regalado hacía tres días, y dejó escapar unas lágrimas amargas. Él jamás la hubiera visto como mujer si hubiera sabido la verdad desde un principio... Ahora ¿Qué debía hacer? La señorita Medina le había pedido que no fuera esa noche, ya no querría verlo más.

Las relaciones sexuales entre primos hermanos eran consideradas incestuosas en el siglo veintidós, ella debía de estar muy perturbada por esa razón. Además, él notó que, ni bien supo que Daniela Medina era su madre, sus ojos compararon la anatomía de Samuel con la de Juan Cruz. Tenían la misma altura y el mismo color de piel, aunque sus rasgos eran muy diferentes.

En otro momento de su vida, se hubiera alegrado de encontrar a su familia. Hoy en día, se sentía increíblemente desdichado, porque al hallar a sus parientes, había perdido a su novia: la única persona que lo había hecho feliz, que le había dado esperanzas de un futuro mejor ¿Por qué se había enamorado de la única chica a la cual no podría volver a besar? ¿Por qué el universo estaba empecinado con hacerlo sufrir?

Le dolía el pecho, sentía que la tristeza no lo dejaba respirar. No podía quitar de su mente la expresión de horror que había hecho Isabel al descubrir la verdad, y a su vez, resonaban en su cabeza las palabras que ella le había dicho el día de su cumpleaños:

—No van a lastimarme, sé que vos me protegerás. Y de ahora en más, yo cuidaré de vos también. No volverás a estar solo, te lo prometo.

Samuel había creído que podría tener un futuro al lado de ella, que podría ser feliz. Y ahora estaba destrozado.

Sin embargo, esta vez no se comportaría como un pájaro enjaulado, sino más bien como un tigre en cautiverio. Su padre tendría que pagar por haberle causado tanto daño a lo largo de toda su vida.

Ingresó al escondite de Culturam, y chequeó las pantallas gigantes para saber dónde se hallaba Horacio.

—Samuel, tenés un aspecto horrible —Ezequiel lo observó fijamente—. ¿Qué te ha pasado? —luego desvió la mirada hacia su botella casi vacía de whisky—, esto no es propio de vos...

—Estoy buscando a mi padre, pero no lo veo en las pantallas.

—Es porque ha ido a la parte de fabricación, ya sabes.

Sangre Letal [COMPLETA].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora