Capítulo Sesenta y Cuatro: "Los recuerdos II".

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La pequeña Isabel estaba usando un vestido rojo y unos zapatitos negros. Una mariposa bellísima captó su atención y la siguió, sin notar que estaba alejándose de su vivienda cada vez más.

Cuando finalmente se apoderó del insecto alado, alzó la vista. Se llevó una desagradable sorpresa: lo único que había a su alrededor eran arbustos secos, polvillo y estepa. No había nadie allí. Isabel se había perdido ¿Cuánto tiempo había estado trotando? ¿Cómo no había notado el cambio de paisaje?

Liberó a la mariposa. Su mente necesitaba enfocarse en el camino de regreso, y no en tonterías.

Dio unos pasos, iba pateando piedritas con su calzado ahora sucio y evaluando el terreno: cada detalle era importante.


—No quiero... —intentó resistirse, pero sintió una punzada de dolor tan fuerte en la cabeza que pensó que su cerebro se derretiría.

La máquina doblegó su voluntad violentamente, para que expusiera sus recuerdos.


De repente, oyó unas voces a la distancia, las cuales sonaban bastante agresivas. Instintivamente, Isabel se escondió detrás de un arbusto. Ella era muy pequeña de tamaño, y podría pasar desapercibida a pesar de estar a plena luz del día y con un vestido de un color muy llamativo.

Unos hombres vestidos de traje elegante, arrastraban a una mujer de cuerpo delgado y cabello castaño. Ésta gritaba y forcejeaba para que la liberasen, pero no era lo suficientemente fuerte para escapar por sí misma.

Isabel tembló de miedo, y tragó saliva. Su corazón latía aceleradamente ¿Y si descubrían que ella estaba allí?

El más alto de los hombres, sacó un arma, y le hizo un gesto para que ella se arrodillara.


 —Ya basta... —balbuceó, intentando sacudir su cabeza. Se sentía débil, mareada, y estaba experimentando por tercera vez las sensaciones que había vivido ese trágico diez de marzo del dos mil noventa y uno.

Una nueva punzada de dolor. Tuvo que reprimir un grito. La máquina estaba enviando constantes impulsos electromagnéticos a su cerebro.

Horacio seguramente estaba muy ansioso por descubrir la información almacenada en la cabeza de Isabel.

No quería seguir recordando. No quería. No quería.

Punzada de dolor en las sienes. Quemazón. No pudo evitar soltar un grito desgarrador: parecía que le estaban clavando agujas en el cerebro.


Como la señora no accedió, la obligaron a arrodillarse en contra de su voluntad. Pronto, se oyeron unos insultos y varios gritos... Hasta que tres disparos la hicieron callar.

Para siempre.

La pequeña Medina se quedó petrificada del horror. Vio cómo la mujer caía al suelo, cubierta de sangre y sin vida. Había sido testigo de un feroz asesinato y ni siquiera sabía el camino de regreso a casa. Estaba aterrorizada.

No era capaz de moverse: temía que le sucediera lo mismo que a esa pobre mujer.

—Revísenla.

Un hombre alto y vestido de negro chequeó el cuerpo que se hallaba desplomado en el suelo, en búsqueda de signos vitales. Isabel no podía ver su rostro, porque estaba de espaldas.

Sangre Letal [COMPLETA].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora