Capítulo Veintiséis: "El reencuentro".

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Isabel se quitó la venda oscura que le habían colocado e ingresó corriendo en la habitación en donde estaba encerrado Samuel. El sitio tenía las paredes pintadas de blanco y estaba completamente vacío, sólo contaba con una lámpara ¡Ni siquiera había una ventana! Isabel trataría de no tener un ataque de claustrofobia en aquel horrible cuarto. En un rincón del saloncito, pudo ver a su primo, quien tenía ambos brazos encadenados al muro de cemento. Él estaba medio dormido, y tenía un aspecto deplorable: tenía sangre seca en la mano izquierda y su ropa sucia y con rajaduras. Su corazón le dio un vuelco al notar que su querido familiar se hallaba en condiciones tan deplorables.

—¡Dios mío! —chilló, pero se apresuró a liberarlo con la llave digital que le habían dado.

Ella no fue capaz de contener las lágrimas ¿Acaso lo habían torturado porque había golpeado a su padre? ¡Pobrecito! ¿Hasta cuándo tendría que sufrir?

Isabel le pasó la mano por el rostro, e intentó despertarlo.

—Sammy —le susurró cariñosamente—, soy yo. Tenemos que irnos.

Abrió los ojos. Parpadeó repetidas veces, probablemente creyó que estaba soñando. Luego intentó acariciarle el cabello, pero retrocedió ¿Qué estaría pensando?

—Vine a buscarte —murmuró la muchacha, corriéndole las rastas para despejarle el rostro—, te dije que te protegería ¿No te acordás?

Samuel se veía confuso. Le tocó el rostro a Isabel con su mano derecha, deslizando sus dedos por las mejillas y el mentón de la muchacha.

—¿Qué... hacés acá? ¿Sos real? —musitó.

—¡Lo soy! —replicó, y lo envolvió en un abrazo cariñoso.

La joven Medina no era capaz de dejar de llorar. Lo apretó con fuerza ¡No permitiría que él volviera a estar solo nunca más! Dejándose llevar por sus emociones, le besó el rostro a su querido primo. Apretó sus labios en su mejilla repetidas veces, hasta detenerse cerca de los labios. Sabía que estaba mal, pero necesitaba demostrarle que lo quería, que se preocupaba por él y que jamás podría olvidarlo. Él recibía el cariño de Isabel con gusto.

—Perdoname, Sam —sollozó, sin soltarse de su abrazo—. Te dejé solo cuando más me necesitabas. No volveré a hacerlo ¿Sabés? Estaré siempre a tu lado. No podemos ser pareja, pero seremos familia. Siempre te protegeré ¿Podrías perdonarme?

—Isabel —habló finalmente con voz ronca, tomando el rostro de la muchacha con ambas manos—, soy yo quien debería disculparse, no vos. Lo único que he hecho desde que me conociste es causarte dolor y ponerte en peligro ¡Has venido hasta la boca del lobo por mi culpa!

—No es cierto. La he pasado muy bien en el tiempo que compartimos juntos ¿Vos no los disfrutaste?

La contempló con melancolía.

—Fueron los mejores días de mi vida.

—Vayamos a mi casa —lo obligó a ponerse de pie—, usarás mi baño para ducharte. Juan puede prestarte ropa.

—A tu hermano no le gustará que haga eso. Siempre fue medio sobreprotector, y ahora que sabe que somos primos, me vigilará de cerca.

Isabel se secó las lágrimas, y lo tomó de la mano.

—No importa lo que diga Juan, o lo que piense el mundo sobre nosotros... Sólo quiero que estés bien —le dedicó una sonrisa, y agregó—: Te he extrañado horrores.

—Yo también —asintió. Sus ojos brillaban intensamente—. ¿Vamos? —Samuel le hizo una seña para que ella se subiera a su espalda.

—Te ves lastimado... No quiero...

Sangre Letal [COMPLETA].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora