Capítulo Cinco: "Castigados".

739 164 300
                                    

Su padre estaba realmente enojado.

—¿Por qué no me esperaron en la fuente? ¡No deberían haberse movido de allí! Yo llamé a Soledad para preguntarle por ustedes ¡Casi se muere de preocupación! No pienso cubrirlos y mentir. Si se quedaron encerrados en el panteón fue por no haber cumplido con su palabra. Ahora arréglense con su madre. No le diré donde estuvieron, se lo dirán ustedes.

Los fue a buscar al cementerio, y los dejó frente a la vivienda de Soledad y Damián.

Isabel no quería entrar a su casa. Sabía que su madre comenzaría a gritarles ¡Odiaba cuando la esposa de Bustamante vociferaba tan temprano en la mañana! Lo peor era que todavía no habían pensado una buena excusa para explicar su ausencia, ya que Sam les había aconsejado que Damián no se enterara dónde pasaron la noche.

—Las damas primero —Juan Cruz señaló la puerta.

—Ni loca. Entrá primero vos.

—¿Y qué le digo? Sam dijo que no mencionáramos el panteón.

—Podemos decir que perdimos a papá... —no terminó la frase. No sabía qué inventar.

—Muy convincente —masculló su hermano con sarcasmo.

—¿Acaso tenés una mejor idea? —Isabel estaba perdiendo la paciencia.

En ese instante, se oyeron unos pasos pesados yendo en su dirección. Como no había nadie en la calle a esa hora (imagínense, un primero de enero a la mañana temprano) el sonido les llamó la atención. Los hermanos voltearon, e Isabel reconoció enseguida aquel joven de cabello rubio y ojos claros.

—Ezequiel... ¿Qué andás haciendo por aquí? —Isabel no pudo evitar pensar que ese chico era bastante extraño ¿Por qué siempre deambulaba solo?

—Sam me contó lo que pasó en el cementerio, y quise pasar por acá, para saber cómo estabas. Somos grandes amigos y sé guardar secretos.

—Podrías haberme enviado un mensaje —replicó Isabel, enarcando una ceja.

Juan Cruz hizo una mueca, pero no dijo nada.

—Estamos bien, gracias por preguntar... Ahora tenemos que entrar a casa. Nuestros padres deben estar muy preocupados por nosotros.

—Por supuesto, es lógico... Antes de que te vayas quiero preguntarte si mañana pasarás a saludar por el negocio.

Isabel no tenía ganas de seguir viendo a Ezequiel, ese muchacho le daba mala espina. Sin embargo, el hecho de que Samuel también trabajara allí la tentaba a ir.

—Está bien, iré con Umma.

—¡Excelente! ¡Nos vemos! —replicó con entusiasmo, y se alejó.

Juan Cruz tenía cara de pocos amigos. Pronto, comentó:

—No me preguntes por qué, pero no me gusta este tipo.

—A mí tampoco.

—¿Y por qué vas a ir a verlo?

—Porque estoy aburrida —contestó. No quería decirle que Samuel era el motivo de su futura visita.

—Hacé lo que te parezca —masculló, y marcó la clave para ingresar a su hogar.

Isabel lo siguió, un poco malhumorada. No había descansado casi nada, y le molestaba mucho cada vez que su hermano tenía razón. Había algo en Ezequiel que no era agradable, y no sabía decir qué era exactamente.

A un costado de la sala, se hallaba Soledad Martínez, marcando desesperadamente un número de teléfono. Vestía la misma ropa que el día anterior, lucía unas ojeras exageradamente grandes y el cabello totalmente despeinado. Apenas vio a sus hijos, empezó a gritar.

Sangre Letal [COMPLETA].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora