Al igual que todos los años, Isabel le pidió a su padre que los llevara al cementerio a cambiarle las rosas a su tía y sus abuelos paternos. Ellos merecían que los recordasen. Aunque habían fallecido hacía muchos años, era importante valorar su memoria.
Era tarde, aproximadamente las tres de la madrugada. Damián podría llegar en cualquier momento a custodiar el cementerio, pero trataron de no pensar en ello. Su prioridad era honrar a los difuntos.
La familia Medina se encontraba caminando por un sendero de mármol, bajo la luz de la luna. Desde allí podían contemplarse las siluetas de las tumbas. Había cámaras por todas partes, pero la instalación era bastante anticuada (y aterradora).
Pasaron por al lado de varias sepulturas, hasta que llegaron a las tumbas de los Medina. Le dejaron unas flores, y les desearon un feliz año.
—Chicos ¿No podrían darme un momento a solas con ellos? —preguntó Benjamín.
—Claro, papá. Estaremos cerca de la fuente.
Empezaron a caminar nuevamente por el sendero de mármol. Juan Cruz no emitió ni un solo sonido mientras andaba al lado de su hermana. Quizá estaba pensando lo mismo que ella: aquel lugar era deprimente, pero ver a su padre triste los hacía sentir aún peor.
—¿Por qué no vamos a ver las tumbas que están dentro del panteón municipal? —sugirió la muchacha, al cabo de un rato.
—Deberíamos avisarle a papá primero —replicó Juan Cruz.
—No se dará cuenta de que nos hemos ido. Ambos sabemos que él se toma su tiempo en el cementerio.
—Bueno, hagamos un paseo rápido.
La muchacha sonrió, y tironeó a su hermano del brazo para arrastrarlo hasta el panteón.
Dicha edificación estaba hecha completamente de cristal y tenía la puerta principal abierta las veinticuatro horas del día. Debía de tener alguna salida de emergencia, pero no era perceptible a simple vista. No se hallaba muy iluminado, apenas tenía un fluorescente cerca de la entrada. Los muertos debían descansar en paz ¿No?
—¿No te da miedo entrar ahí? —preguntó Juan Cruz. Parecía que estaba a punto de echarse atrás.
—Sabés que no —Isabel negó con la cabeza—. ¿Vos? ¿Tenés miedo?
—Claro que no —su hermano pareció ofendido por la pregunta.
Una vez frente al panteón, Juan Cruz se adelantó para abrirle la puerta a su hermana, e ingresar detrás de Isabel.
Echaron un vistazo, y enseguida vieron lápidas doradas escritas por toda la pared. El salón era increíblemente largo, parecía un pasillo infinito, del cual no podían ver el fondo. Además, continuaba cinco pisos hacia arriba, quién sabía la cantidad de muertos que guardaban en ese lugar. También había flores de tela, rosas y margaritas en la mayoría de las tumbas y cenotafios.
A diferencia del exterior, dentro estaba cálido, y había un par de antorchas que le brindaban más elegancia al edificio de cristal.
—Es bastante antiguo esto ¿Tendrá cincuenta años? —comentó Isabel. Había esperado que las lápidas estuvieran señaladas con hologramas este año ¡Debían renovarse!
—Se ven antiguas, pero en buen estado —repuso su hermano.
—¿Habrá alguna persona famosa enterrada aquí? —preguntó la joven Medina, observando los nombres de las losas doradas.
—Dudo. No hay ninguna lápida que se vea diferente a las demás.
Al cabo de un rato, Isabel comenzó a aburrirse, por lo cual metió la mano en su bolso, y sacó una cajita dorada y un encendedor.
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Sangre Letal [COMPLETA].
Science FictionIsabel convive con una madre sumisa, un padrastro abusivo y un hermano menor al cual debe proteger. Samuel sólo tiene a su padre, quien lo maltrata y experimenta con él. Sus caminos están destinados a entrelazarse. Existe una sociedad secreta que ll...