Capítulo Veintitrés: "La dolorosa realidad".

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A las seis de la madrugada, Samuel despertó a Isabel.

—Ya amaneció, deberíamos irnos.

—Es sábado, yo no trabajo —replicó con pereza, mientras se hundía en el pecho de él—, quedémonos un ratito más.

—Después de que me has hecho pasar el mejor cumpleaños del mundo, no puedo negarme...

A pesar de que la muchacha aún estaba algo dormida, buscó la boca del joven Aguilar para besarlo. Ninguno de los dos vestía ni siquiera ropa interior, por lo cual las caricias se tornaron muy apasionadas. Cada vez que él la tocaba, ella sentía que le quemaba la piel. Lo deseaba intensamente. Isabel quería hacerlo de nuevo.

—Isa... —le susurró Sam al oído—, quiero preguntarte algo.

—¿Por qué siempre interrumpís el momento? —protestó.

—¿Querés ser mi novia?

—¿No es obvio que sí? —se le subió encima—. Vamos a tener que inaugurar nuestro noviazgo ¿No creés?

—Nunca pensé que serías tan demandante en la cama —bromeó Sam, y la atrajo hacia sí.

Se besaron apasionadamente y jugaron con sus manos, hasta que volvieron a tener relaciones sexuales.

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Cuando Isabel despertó, Samuel ya no estaba en la cama. Por un momento se asustó, pero luego vio que estaba sentado en una silla, comiendo las últimas sobras de su pastel de cumpleaños. Se había vestido, y lucía su collar nuevo sobre la ropa.

—¿Me pasás mi vestido?

El joven se lo alcanzó, y ella se lo puso rápidamente: no era lo mismo que la hubiese visto desnuda en la noche que en pleno día.

—¿Qué hora es?

—Son las ocho menos cuarto de la mañana. Yo debería ir al local.

—Claro... —se colocó las sandalias y se acomodó un poco el cabello.

Comenzó a guardar en su mochila las latas de refresco que habían sobrado, el contenedor de la torta (aunque ya no quedaba más), el reproductor de hologramas y su conjunto de lencería.

En ese momento, Samuel la abrazó de atrás y le dio un beso en el cuello.

—Gracias por todo.

—¿Cuántas veces vas a decírmelo? ¡Te lo merecés!

La apretó con sus brazos unos instantes, y le susurró al oído:

—¿Qué querés hacer esta noche?

Isabel se dio vuelta, y lo contempló con picardía, a lo que Samuel replicó:

—En tu casa no podemos... pensá en algo distinto.

—Oh... ¿Querés que vayamos al lago? Pero a una playa que no hayamos ido.

—Por supuesto, haremos lo que desees.

—Me das demasiado poder ¿No te parece?

—No —le dio otro beso en los labios—, siempre ha sido así. Podés hacer lo que quieras conmigo.

 Podés hacer lo que quieras conmigo

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Sangre Letal [COMPLETA].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora