Miré la casa. Las paredes seguían llenas de cuadros, fotografías en la que estábamos todos juntos, felices.
Recuerdos de momentos felices. Momentos que no podría volver a recuperar.
Entré a la habitación de América y la encontré intentando cerrar su maleta.
—Mer, ¿te ayudo? —pregunté, acercandome a ella.
—No... —jadeó un poco y siguió intentando cerrarla. Tenía la maleta llena de todas sus muñecas y aún así le faltaba espacio para otras muñecas que estaban esparcidas por la habitación—. Yo puedo. Creo...
Rodé los ojos y tomé la maleta para luego cerrarla, usando más fuerza de la necesaria.
—Listo, solo tienes que pedir ayuda —le dije, despeinado su cabello.
—¡Oyee! No me despeines, ¿no ves que Anne me hizo estas trencitas?
—Sí, Gilbert, no la despeines, por amor de dios —habló Anne, entrando a la habitación de América con una maleta forrada con flores. Se detuvo enfrente de mi hermana y le sonrió—. Ten, América. Ya me di cuenta que no te caen todas las muñecas en tu maleta. Usa la mía, no creo que la vaya a necesitar pronto.
América la abrazó, suspirando. —Estoy esperando tu boda con mi hermanito para que seamos oficialmente hermanas.
Solté una carcajada, asintiendo. Yo también estaba esperando la boda.
En cambio Anne se sonrojó y me dio una mirada de pocos amigos ante mi sonrisa.
—Vas a tener que esperar mucho.
—Yo no lo creería —repliqué—. Pronto cumpliré dieciocho y podré casarme. En tu caso, te consigo un DNI falso. Y nos casamos en Las Vegas con Elvis de testigo.
—¡Gilbert!
—¡Yo llevo los anillos! —chilló América, haciendo un baile victorioso—. ¡Vamos a ser hermaaanas! ¡Vamos a ser hermaaaanas! ¡Vamos a...! ¡¿QUÉ HACES TÚ AQUÍ, NIÑITO MALO?!
Anne y yo nos giramos a la puerta, en donde estaba Davy, con su rubio cabello desordenado y sus mejillas sonrojada.
—No grites, tonta —dijo él, desviando la mirada.
—¡Davy! ¡No se le dice a una niña "tonta"! ¡Eso no es lo que hace un caballero! —lo reprendió Anne.
Y entonces me di cuenta de que el pequeño primo de Anne traía escondido algo detrás de su espalda. Sonreí mentalmente y tomé a Anne del brazo para sacarla de la habitación y cerrar un poco la puerta.
—¿Qué haces...? —le tape la boca, señalando la puerta entreabierta para mirar dentro. Ella me miró sin entender y luego abrió los ojos con sorpresa. Ambos miramos por el pequeño espacio que se podía ver de la puerta, en donde América estaba de frente y Davy de espaldas.
Ahora podía ver lo que estaba escondiendo. Era una muñeca. Una muñeca pelinegra.
—¡Te dije que no quería hablar contigo, Davy! —le gritó América al pobre niño que estaba nervioso y enojado.
Davy le mostró la muñeca y se la puso en la mano a una muy sorprendida Mer, que de pronto parecía haberse quedado sin voz.
—Perdón, ¿ya? Se me fue la mano y la maté sin querer —murmuró el niño, sonrojado y sin mirar a América—. Bueno, no fue sin querer porque quería matar la muñeca de Dora, pero me topé con la tuya. Y creí que era la muñeca de ella y la maté, pero no quería matar la tuya. Es que Dora no sabe callarse. Lo siento. Anne dice que un caballero no le mata las muñecas a las niñas. Y yo soy un caballero.
Sonreí. Dora tenía razón. A Davy le gusta mi hermana.
—Esto no me lo esperaba —susurró Anne, atónita—. Quien diría que Davy demostraba su amor diciéndole tonta y gritándole que es una ignorante.
—Bueno, yo conozco a una que demuestra su amor dando pizarrazos y golpeando con pobres plantas —mascullé, sonriendo de lado.
Ella entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera responder, escuchamos otra vez la voz de Davy.
—Y... perdón por la cinta negra en el cuellito. Es que no encontré pegamento para pegarle la cabecita. Pero... ¿Quedó bien? Sino... am... ¡Puedo ahorrar y comprar otra!
—No... está bien... Gracias... eh... Davy...
Anne me dio un golpecito para que la mirara.
—Ahora Davy le va a decir algo para comenzar a discutir otra vez y así equilibrar su ser —me dijo, asintiendo con solemnidad.
Y fue justamente lo que pasó, solo que ahora Davy salió corriendo de la habitación porque América le lanzó la muñeca en la cara.
Ambos empezamos a reírnos al ver al niño correr despavorido por las escaleras. Ah, el amor infantil, tan tierno.
Le sonreí una vez más a Anne, pero sentí que toda la alegría se me iba cuando mis ojos chocaron con uno de los cuadros que estaban en la pared del pasillo. Papá sonreía felizmente y abrazaba a un Gilbert de doce años.
Dios, como dolía.
—Vamos, Karina debe de estar afuera con el auto listo —murmuré, comenzando a caminar.
Anne me siguió sin decir nada, pero sabía que era consciente de que algo había cambiado en mi expresión.
Sabía que no sería de esta forma, pero, demonios, como dolía. Saber que jamás tendría la oportunidad de ver su sonrisa, su hermosa sonrisa, esa sonrisa compasiva de un buen padre, de un buen hombre.
Un hombre que no se merecía morir, maldita sea.
Incluso Karina supo que algo iba mal cuando simplemente subí nuestras maletas al maletero y me mantuve a unos metros de la casa.
Cuando estuvimos listos para marcharnos, tomé a Anne y la abracé, para luego deja un beso en sus labios. Este sería el último beso que le daría hasta quien sabe cuando.
—Razón sesenta y cinco: somos tan empalagosos que incluso nuestros sistemas tienen sobredosis de azúcar —dije, intentando añadir un poco de humor para que no fuera tan triste la despedida.
Funcionó, porque soltó una risita casi triste y acarició mi mejilla.
—Me gusta pensar en ti como un dulce —contestó, apoyando su cabeza en mi pecho—. Te extrañaré mucho.
—Y yo a ti, Roja. Te extrañaré demasiado.
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𝟏𝟎𝟎 𝐑𝐚𝐳𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐏𝐚𝐫𝐚 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 (𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐱 𝐆𝐢𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭)
Fanfiction-¡No me interesa, Gilbert! ¡No tienes razones para quererme, no tienes razones para amarme! Solo... solo apártate de mi. Fruncí el ceño, la tomé del brazo y la obligue a mirarme. Sus ojos estaban cristalizados. -Tengo cien razones para amarte, Anne...