035

1.5K 202 204
                                    

Se suponía que ayer iba a venir a mi casa, pero la señorita Marilla la mantuvo ocupada con un no se qué de teatro, así que le dije que viniera hoy.

Estaba revisando mi teléfono y justamente sonó el timbre. Ni hay que decir que lance el teléfono bien lejos para salir rápidamente de mi habitación.

Corrí escaleras abajo, dándole un pequeño vistazo a América que estaba en el sillón, jugando play con mucha concentración. Abrí la puerta y ahí estaba.

Acompañada del niño del otro día.

Me dio una mirada de disculpa antes de hablar.

—Marilla dijo que debía cuidar a Davy —dijo, al momento en el que el chiquillo la abrazó, frunciendo el ceño en mi dirección.

—No te preocupes —le contesté, sonriendo—. Hola, Davy, ¿quieres jugar con América? Está jugando con el PlayStation en la sala de estar.

Al niño le brillaron los ojos y supe que había acertado.

Miró a Anne, como pidiéndole permiso, a lo que ella asintió con una gran sonrisa antes de que el rubio saliera corriendo en busca de mi hermana.

Ojalá que no se ponga a llorar cuando Mer le gane. Uno no puede jugar con ella porque le gana a todo el mundo y sus victorias te las recuerda toda la semana.

Mis ojos viajaron la pelirroja, que sonreía mucho. Caí en cuenta de que tenía algo en sus manos, que escondía detrás de su espalda.

—¿Qué tienes ahí? —pregunté con curiosidad.

—Un regalo para ti —contestó, acercándose a mi—. Cierra los ojos.

—Primero que todo, dame mi beso, que es vital para que yo pueda sobrevivir un día más.

Ni siquiera esperé a que respondiera para unir sus labios con los míos. Esto debería ser ilegal, insisto. Sus labios son demasiado adictivos. ¿Qué quieren? ¿Qué me haga adicto a la pelirroja? O sea, yo con gusto. Incluso, creo que he sido adicto a ella desde que la conocí, solo que ahora pude tener el privilegio de besarla y eso me hizo más adicto a ella.

—Vale, vale, vale —susurró, separándose de mi con las mejillas sonrojadas.

Ah, espero que esas mejillas se sonrojen siempre por un beso. Me encanta verla así. Mi Rojita.

—Bien, ahora cierro mis hermosos ojos —hablé, cerrándolos, esperando a ver que me iba a dar.

Si me regala un anillo de compromiso, pidiéndome matrimonio, yo feliz acepto.

Me da igual que seamos menores de edad. Ya falta poco para mi cumpleaños, así que solo tendría que conseguirle un DNI falso a Anne y nos casamos en Las Vegas. Insisto, sería cool casarse en Las Vegas con Elvis Presley de testigo.

—Podrías extender tus manos, genio —dice, y apostaría mi gato a que está sonriendo.

Hablando de Zanahorias, por ahí debe de estar, embarazando a las gatitas de la vecina como todo el aprovechador que es. No se de quien sacó ese ejemplo. Debe ser la familia que tenía antes, sí, eso.

Extiendo mis manos y entonces siento que algo pone encima de ellas.

Al abrirlas, veo una pelota de futbol que tiene una abertura en el medio. La abro por completo, encontrándome con 1: Muchos dulces. 2: Muchos brillitos y 3: Un cuadro.

Oh, hay un cuadro pequeñito.

Ay no.

Me muero.

Me desmayo.

Aquí mismo.

Voy a morir.

De verdad me voy a morir.

¡Suerte en tu partido de mañana!

Eso es lo que dice y en el cuadro hay un retrato mío jugando futbol.

—Le pedí a Cole que te dibujara, ya sabes, soy muy mala dibujando.

Mi mirada alternó entre ella y el regalo.

—¿Cómo sabías que tengo un partido mañana?

—Me lo dijiste hace un tiempo, cuando, pues... cuando yo no te quería hablar. Leí ese mensaje en donde me decías que tu partido sería mañana y pues, no se me olvidó —explica, con timidez, mirando el suelo—. Yo... ¿no te gustó?

—¿Qué?

—Es que... no lo sé... no pareces muy entusiasmado con el regalo.

Estoy que me desmayo y ¿no estoy entusiasmado?

—Me sorprendiste —murmuro, dejando el regalo en una mesita pequeña que hay ahí para luego atraerla hacia mi. La apreté con fuerza, abrazándola. Me sentía... extraño.

Muy extraño.

—¿Qué te sorprendió? ¿El regalo? Pues obviamente, los regalos son para sorprender —susurró, soltando una risita.

—Me sorprendió que lo recordaras. O que si quiera me hayas prestado atención.

Separó su cabeza de mi pecho, frunciendo el ceño. —Siempre te presto atención, Gilbert. Cuando estás tú, solo a ti te presto atención. Por eso a veces me enfado tanto, porque no me dejas concentrarme en otras cosas, pero siempre estoy pendiente de ti.

Y luego me preguntan que porqué estoy enamorado de esta pelirroja hermosa.

—Razón número treinta y cinco —susurré, dándole un beso en la frente—. Me sorprendes continuamente, Anne. Me sorprendiste ese día que me dijiste una razón para creerme, y esa era que jamás te había mentido. Haces cosas cuando menos lo espero, como este regalo. Siento que realmente me sorprendes y que siempre me sorprenderás. Nunca vas a dejar de hacerlo. Y espero con todo mi corazón que sigas manteniéndote ahí conmigo, alegrándome la vida.

𝟏𝟎𝟎 𝐑𝐚𝐳𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐏𝐚𝐫𝐚 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 (𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐱 𝐆𝐢𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora