Era el primer día desde la muerte de papá que había decidido ir a la escuela.
Los maestros no ponían apuro y entendían que estaba pasando por una situación difícil, pero faltaba un poco para finalizar el año y darle comienzo al otro. Sí, iba a salir del instituto con diecinueve años y fue porque repetí un curso. El quinto grado fue una pesadilla para mi.
Porque no vivíamos en Avonlea y la escuela en la que estaba antes era de chicos que se creían superiores a los demás por tener dinero, influencias y cosas así. Me había pasado más tiempo golpeándolos que estudiando e intentando pasar el curso. De todos modos, podía estar con Anne en el mismo curso, ya que era un año menor.
Luego de eso, volvimos a mudarnos a Avonlea. Que recuerdos.
Recuerdos en donde papá sonreía, en donde papá pensaba con esa extraña cabeza suya, en donde papá hablaba con amor, en donde papá estaba vivo; su corazón latiendo, sus pulmones respirando y sus ojos, llenos de paz, abiertos, dándole al mundo otra perspectiva. Esos recuerdos en donde papá estaba. En donde papá era.
Sabía que iba a ser difícil intentar superar lo que pasó. Aún más difícil mientras cada lugar de esta casa me recordara a él. Donde estaba su sillón reclinable, en donde pasábamos horas y horas jugando a los piratas. La escalera, esa misma que nosotros pintamos y a pesar de que nos quedó horrible, la dejamos así porque la habíamos hecho juntos. Esa pared en el jardín, a un lado, donde estaba mi altura marcada, todos los años. Papá siempre quería ver cuanto seguía creciendo.
Este año ya era más alto que él.
Pero no medimos la altura y ya no podría ver cuanto más alto que él puedo llegar a ser.
Ni siquiera podrá ver como América vaya creciendo conforme a los años.
Mucho menos verá y cuidará a Karina.
—No quiero ir a la escuela. —Una vocecita llorosa interrumpió mis pensamientos. Me giré en dirección a la puerta, en donde estaba Mer con su muñeca favorita. Se tocaba los ojos, quitándose las lágrimas—. No quiero dejar a mamá sola, Gilbert. Ella... le puede pasar lo mismo que a papá, ¿sabes? Se puede ir. No quiero que se vaya. No quiero que te vayas. No quiero que Anne se vaya. Los extrañaría mucho, tanto como extraño a papá. Lo extraño... lo extraño mucho...
América corrió hacia mi y me abrazó, comenzando a llorar. Podía sentir su temor. Era el mismo que yo sentía desde ese día.
El temor de que todos se vayan.
El temor a la soledad, esa soledad que viene de pronto, presurosa y sin dejar que una persona se amolde a ella con tiempo.
Y es que ninguno estaba preparado para ver partir a un hombre como John Blythe. Aún menos nosotros, que convivíamos con él, sabíamos que era una de las almas más nobles.
Pensar en eso me hace recordar que la gran mayoría de las veces, hay humanos tan nobles, tan especiales, tan auténticos, tan espontáneos, tan ligeros, tan alegres, tan felices, que este mundo no los puede aceptar. Y la muerte tiene que venir por ellos, deslizándose por las puertas de la vida y la muerte, llevándoselos.
No cabía duda de que papá era así. Y tampoco cabía duda de que estábamos destrozados. Rotos. ¿Podríamos sanar en un lugar donde los recuerdos inundan cada rincón? No lo sabía, pero esperaba que sí. No querría irme, no cuando este lugar fue testigo de tanto amor como el que se dio entre nosotros. No cuando esta casa aún puede sentir la presencia de mi padre. Su perfume se mantiene aquí. Estoy seguro de que podría escuchar sus pisadas a las doce de la noche, yendo de puntillas a devorar el pastel que Kary le habría dicho hace tan solo unas horas que no se comiera.
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𝟏𝟎𝟎 𝐑𝐚𝐳𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐏𝐚𝐫𝐚 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 (𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐱 𝐆𝐢𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭)
Fanfiction-¡No me interesa, Gilbert! ¡No tienes razones para quererme, no tienes razones para amarme! Solo... solo apártate de mi. Fruncí el ceño, la tomé del brazo y la obligue a mirarme. Sus ojos estaban cristalizados. -Tengo cien razones para amarte, Anne...