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Vi como el ataúd descendía. Pronto empezaron a lanzar tierra encima, para cubrir todo.

Sentí un nudo en la garganta. El pecho se me apretó. La respiración se aceleró. Mi cabeza latía con dolor. De mis ojos caían lágrimas silenciosas.

Quería lanzarme ahí y gritarles que no le lanzaran tierra. Que papá despertaría en cualquier momento. Que papá saldría de ahí, vivo y con esa sonrisa.

Pero no hice nada porque papá no estaba vivo y jamás volvería a ver su sonrisa.

Jamás volvería a tocarlo.

Jamás volvería a verlo.

Jamás volvería a escuchar sus carcajadas.

Jamás me abrazaría.

Jamás podría verme en la universidad.

Jamás podría saber como me fue en la vida.

Y jamás podría decirle que se sienta orgulloso de mi.

Sentía como mi vida se rompía a pedazos, porque mi padre, el hombre que me crio, ya no estaba.

Lo que más me dolía, maldita sea, era que con cada abrazo que las personas me daban, con cada palabra de consuelo, me sentía más enfadado. Estaba enojado porque ellos no entendían mi dolor. Ellos no entendían como yo me estaba sintiendo. Las únicas que podían entenderme eran Karina y América, pero Karina se desmayó en pleno discurso del pastor y América no dejaba de llorar. El señor Cuthbert se las llevó a ambas junto a la señorita Cuthbert.

Estaba solo.

Ya todos se habían ido y sin embargo yo seguía ahí, mirando la tierra recién puesta encima. Debajo, estaba el hombre que había sido mi pilar, mi refugio y aquel que siempre estuvo a mi lado cuando me faltó una figura materna.

Fue mi padre y fue mi madre.

Me dejé caer al suelo, con las lágrimas cayendo cada vez más. Veía borroso y quería acurrucarme ahí en el suelo. Me sentía como si cada parte de mi cayera de a poco, directo a estrellarse en el pavimento y rompiéndome aún más.

Era un dolor asfixiante. Me costaba respirar. No quería creerlo.

¡Es mi padre!

¡Ningún hijo está preparado para ver morir a su padre de la noche a la mañana!

Todo, absolutamente todo, estaba destruyéndose.

Era como si la vida hubiera perdido el sentido, porque ya no estaba él.

Mi papá simplemente murió y yo me quedé aquí.

Una mano tomó la mía, mientras sentía una presencia a mi lado. No me giré. Quien quiera que fuera, no quería hablarle. No quería que me intentara consolar. No quería que me abrazara diciéndome que todo estaría bien, porque no es así.

—Le traje esta rosa al señor Blythe. —Esa fue la voz de Anne. Levanté mi mirada del suelo a ella y tenía sus ojos llorosos, pero intentaba sonreírme—. Le... le gustaban las rosas blancas, ¿no?

Asentí, mirándola con todo el dolor que le podían transmitir mis ojos.

Ella extendió su mano con la rosa y la puso a un lado de la lápida que decía el nombre de papá.

Volví a bajar mi mirada al suelo, apretando los puños.

Hace no más de una semana que le dije a mi padre que estaba enamorado de Anne. Él me dijo que quería estar presente en mi boda con ella. Él me prometió que por nada del mundo se lo perdería. Él me dijo que si no luchaba por ella, que entonces no la merecería. Él me dijo que las cien razones harían que si o si estuviéramos juntos. Él me apoyaba. Él... él quería estar presente.

—Ya no va a poder estar —susurré. Me estaba haciendo pequeño—. Él ya no estará.

—Gilbert...

—Papá ya no va a poder estar presente cuando finalmente aceptes ser mi novia. Papá no estará presente cuando me gradúe. Papá no va a estar presente cuando cumpla la mayoría de edad. Papá no va a estar presente cuando América crezca. Papá no va a estar aquí y eso rompe el corazón de su esposa, rompe el corazón de su hija más pequeña y rompe el corazón de su hijo mayor. Él no lo merecía. No merecía morir.

—Lo sé, sé que no lo merecía, Gilbert, yo...

—No, Anne —la interrumpí—. No sabes. No sabes como me siento porque ahora mismo eres ajena a mi dolor. Estás aquí solo porque toda esta situación te da lástima. —Ya ni siquiera era consciente de lo que estaba diciendo. Tampoco fui consciente de que ella no merecía que la tratara así—. Si no te importa, quiero estar solo con el recuerdo de mi padre muerto.

—Gilbert, te dije que...

—¡No quiero que me veas así! —grité, explotando por fin. La miré y había retrocedido asustada—. ¡No quiero que sientas lástima por mi! ¡Ve a cuidar a Karina o a América, ellas lo necesitan más que yo, pero ahora mismo yo no te necesito! ¡No te necesito aquí intentando animarme porque solo quiero llorar hasta que me quede sin lagrimas!

La expresión de miedo en sus ojos pasó a ser una dolida y de la misma forma, enfadada.

—¡Me da igual que no me necesites! —me gritó ahora ella, acercándose a mi con una mirada realmente enojada—. ¡Me importa una mierda que me quieras echar de tu lado, porque no lo vas a conseguir! ¡Sé lo que se siente perder a un padre y a una madre! ¡Los míos murieron cuando tenía diez años, Gilbert, diez años! ¡Tuviste suerte de que al menos tu padre pudiera sentirse orgulloso de ti todo este tiempo! ¡Tuviste suerte de tenerlo en toda tu infancia y adolescencia!

—¡Pues no quería tener esa maldita suerte, quería tenerlo conmigo toda la vida!

—¡Pero no siempre tenemos lo que queremos! ¡Y no te atrevas a decirme que no sé lo que se siente, porque lo sé y no tienes idea de cuanto te entiendo! ¡Ahora si quieres llora, grítale a quien sea, golpea al pobre árbol que está ahí, pero de aquí no me voy a ir, por más que quieras! ¡No me iré y ve acostumbrándote porque voy a estar aquí por todos los malditos días del resto de tu jodida vida para evitar que alejes a todos de ti por el dolor!

Y con eso, se sentó a cuatro metros de mi y miró al frente, con la misma expresión de enfado.

—¿Qué esperas? El árbol te está esperando para que lo golpees como desahogo —dice, sin mirarme.

Mis ojos viajan a la lápida de papá, al árbol y a Anne repetidas veces.

Eres un imbécil por hablarle así.

Sí que lo soy.

—Lo siento —susurré—. No tengo excusa. Solo... no quiero que estés aquí por lastima, Anne.

—No estoy aquí por lastima. ¿Qué parte de que te amo y quiero ayudarte en lo que sea para que estés bien no entiendes? He estado estos días ayudándote y ninguno ha sido por lastima. Te quiero apoyar, Gilbert. Ya te dije que me da igual si me necesitas o no. Y también te lo dije. Tu padre se merece que lo lloren hasta los ángeles del cielo, pero también se merece que no te hundas por el dolor. Tienes que hacerlo sentir orgulloso desde donde quiera que esté. Tienes que ser fuerte por la familia que te queda. Tienes que ser fuerte por América, que no paró de llorar hasta que le dijimos que tú nunca te irías. ¿Entiendes eso? Ella confía en ti. Ella quiere tener a su hermano mayor para sufrir esta pena juntos. No te encierres, por favor, que tienes a personas contigo que estarán para lo que necesites. No estás solo. Jamás vas a estar solo.

—Hijo, recuerda, no estás solo. Somos tú y yo, ¿va? Un equipo de dos super héroes que saldrán al mundo juntos —dijo papá cuando yo tenía cinco años.

No estás solo, Gilbert.

Jamás vas a estar solo.

—Cuarenta y siete —musité, chocando mis ojos con los de ella. Ambos estábamos llorando y ambos estábamos separados—. No me dejaste solo y no quieres dejarme solo. Lo siento. Tú tampoco estarás sola, Anne, recuérdalo siempre.

𝟏𝟎𝟎 𝐑𝐚𝐳𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐏𝐚𝐫𝐚 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 (𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐱 𝐆𝐢𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora