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Quería verla. Realmente quería verla. No a través de una cámara. No por ese maldito Skype. Quería abrazarla, besarla, apretarla en mis brazos, tocar sus labios, contar sus pecas una y otra vez, acariciar su hermoso cabello y ver en vivo y en directo sus ojos azulinos tan hermosos, llenos de vida.

Pero la perspectiva de volver a casa tan pronto... No. No podía. Apenas estaba soportando esto de hablar de papá, escribirle y cosas así. Necesitaba un poco más de tiempo.

Así que me tenía que resignar al servicio de mala calidad fotográfica que me brindaba Skype.

—Va, antes que nada —empecé, apenas contestó la llamada—. La razón de hoy es tu transparencia. No mientes sobre lo que sientes. Puedo notar tus sentimientos apenas te miro. Amo eso.

Fue en ese momento cuando me percaté de que Anne no hablaba. Y tenía sus ojos llorosos. Me miró un momento y luego hizo una seña hacia abajo, moviendo el celular. Pude ver a Davy dormido en sus brazos.

—G-Gilbert. La... dios... La madre de Dora y Davy murió. No... no le pudo ganar al cáncer. Y... los niños no lo saben. Gilbert, vieron a su madre hace mucho tiempo. Ni siquiera... ni siquiera pudieron despedirse de ella.

Y ese fue el momento en el que tuve que consolarla a ella, porque el solo imaginarse el dolor de los mellizos la hacía retorserse de dolor. Estuve ahí cuando le contó a Davy. El niño rubio se quedó en shock.

No lloró. No dijo nada. Dora, por el contrario, era un mar de lágrimas.

Pero sabía que Davy estaba sufriendo. Lo había notado. Así había reaccionado yo. No lloré de inmediato. No hice nada más que consolar. Y luego me rompí en pedacitos. Es lo que le estaba pasando.

Al igual que Anne, sentí el mismo dolor empático, porque no hace mucho, yo estaba igual.

𝟏𝟎𝟎 𝐑𝐚𝐳𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐏𝐚𝐫𝐚 𝐀𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞 (𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐱 𝐆𝐢𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora