30. Rosa que perece, cardo que renace

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«Por causa de sus planes traicioneros,
fiándome de él, vime luego cautivo
y muerto, como ya todos lo saben;
pero estoy casi cierto de que ignoráis
la crueldad padecida hasta mi muerte;
os lo diré y veréis tamaño ultraje»

Mi corazón está ardiendo en una llama que calcina una y otra vez y cada vez mas fuerte que la anterior. Pero la llama no parece provenir del fuego, sino la desolación; el crudo y terminante invierno que una vez se desató en mi zozobrante alma. ¿Qué si era el mismísimo infierno? Pues así parece, tal dice el canto. Ya que escuchó los llantos, los ayes en pena, los aúllos en diversas lenguas que gimen miserables en los torbellinos porque todo acabe ya y sus pecados sean borrados. 

—¡Mi señora, es mejor que desistáis!

—No, Mariam. No lo haré. Necesito saberlo todo. ¡Saber toda la verdad! —le replicó, deteniendo el paso en su claro objetivo.

La preocupación de sus damas no era para nada demás, pues, las había arrastrado consigo por un pasadizo secreto que se encontraba precisamente en sus aposentos.

Hace un buen tiempo, la vivaz, descubrió gracias a una torpeza muy cotidiana suya que la principal pared, que también esta oculta por grandes cortinas rojas, sonaba como hueca al palparla o golpearla. Algo que al apartar las cortinas, daba a la vista una puerta disfrazada de pared. Que conduce ni más ni menos a la salida del otro pasadizo en el muro izquierdo del Castillo. El cual casualmente después de interrogar a Mariam, fue asimismo la misma Lesly que lo descubrió también en una divertida anécdota con una gallina. Que si no fuese un momento de mera seriedad y tensión, le daría muchísima risa.

Como siempre las fortificaciones antiguas están llenas de muchos secretos y enigmas. Nunca se había dado cuenta de que esa puerta secreta estaba ahí mismo cerca de sus narices. Y a la vez todo ahora en su cabeza estaba cobrando sentido. Ahora entendía como ese hombre misterioso salió de su presencia como un espectro fantasmal. 

Uso esa puerta disfrazada que contiene en el primer trayecto una extensa escalera hacia abajo y luego un largo túnel que atraviesa casi en el rumbo final toda esa parte de la muralla izquierda, que sorprendentemente está hueca por dentro, hasta la otra puerta oculta enfrente de ese tan solitario patio.

Solamente alguien que conoce a la perfección el Castillo, podría tener conocimiento de tal pasaje. Ese sin duda seguía siendo uno de sus más grandes misterios, que muy pronto también investigaría nomás tuviese la mínima oportunidad y disposición. Porque ahorita otra urgencia ocupaba su mente.

—Su Gracia, ¿y si solo ha sido una confusión o una coincidencia? De seguro el Conde de Arran ya había mencionado antes que ese arquero era zurdo y vos no le prestasteis atención. ¿H-habéis pensado en eso? —preguntó trémula, la prudente, casi dejando decaer la lampara de aceite a su cargo.

—No, Edine. No hay ninguna confusión, coincidencia, ni yo he omitido algún detalle. Porque si no William no se hubiese puesto blanco de nerviosismo cuando le pregunte por qué había dicho que ese arquero inglés era zurdo. Eso para mí, solo quiere decir una cosa, que el cometió una grave indiscreción. ¿Y quien comete una indiscreción? Una persona que sabe algo —apretó los dientes.

—Pues sea lo que sea ese "algo", Su Gracia, lo descubriremos hoy mismo —dijo Dom, aproximándose cautelosamente a la puerta de salida para abrirla. Porque Haroltt estaba ya esperando al otro lado con el encargo.

El corazón de Catalina estaba palpitándole aceleradamente y sus manos empezaban a sudarle de la desesperación y ansiedad. Intentaba calmarse apretando los bordes de su caperuza negra, pero algo le decía que esa noche nunca la iba a poder olvidar, y que podría cambiarle la vida. Aunque aún no sabía si para bien o para mal, solo que sí.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora