41. Inusitada revelación

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A la puesta del sol y desde la sala de las cabezas, sitio donde dispuso su despacho oficial, le convocó a Erik. Con algo especial. Este ya había hecho varios pasos y le había hecho también varios detalles. Y ahora, le tocaba a ella. Devolvérselo por igual y más. 

—Catalina —le llamó Erik desde la puerta.

—Ya estáis aquí —acomodó algunos papeles sobre su nuevo escritorio—. Acercaos.

Su paso era tan correctamente grácil, pero estimablemente firme. Una composición ya más que reconocida, y también muy gustosa.

—Veo que habéis pedido un tazón de castañas en miel —este le volvió a llamar la atención, ya sentado a su adyacente izquierdo.

—Si, vos no sois el único que puede prestar atención a los detalles de los contrarios — durante el convivió de dos semanas, él le hizo degustar ese dulce alemán. Sabiendo que aparte de la preferencia, le era más que especial, porque era algo que le preparaba siempre su abuela—. Y os confieso que, hasta mi persona les ha agarrado cierto gusto.

—¿Estamos celebrando algo o que es? Porque no creo que sea porque sí. No de esta forma.

Este era demasiado perspicaz.

—¿Por qué, no? —arqueó su ceja.

—Porque... esa cabecita un tanto predecible, siempre tiene algo oculto en mente —también ya recalcado, un cínico arrebatador.

—Me atrapasteis —levantó un segundo, las manos a su vista—. Pues si hay algo más. Vos y yo tenemos una plática pendiente... Sobre ese cargo que os propuse en anterioridad.

—Si no queréis hablar realmente sobre eso, no hay que hacerlo —eso decía, pero se observaba todavía inquieto y descontento.

—Pero si quiero —declaró ella—. Porque, quiero dejaros en claro que, mis intenciones no fueron malas, en la manera en que las pensáis. Eran otras, pero... a pesar de todo, sinceramente no sabía que estaba haciendo mal, por incontable vez... ¿Me creéis?

—Increíblemente, sí. ¿Estoy mal?

—La verdad no lo sé. Lo que si sé es que lo he lamentado y lo lamento, Erik. Otra vez.

—Igual yo —mencionó, aflojando su lechuguilla—. Tampoco debía tener esa reacción tan inmadura o volátil, menos haberos desafiado cuando me fui.

Catalina esperó que dijese algo más, pero al ver que no, prosiguió con su enmienda.

—Hay más, si os preocupa sabed que os retiro esa propuesta y en cambio os hago otra. Y esta si es buena, lo prometo —acercó al centro una pequeña caja y la abrió. Dejando a la vista el sello en su interior—. Lord Fow se ha jubilado y el puesto de administrador en el Castillo está vacante. Y sé que vos ya tenéis experiencia en eso por lo que me contasteis, así que si queréis, el puesto es vuestro. Con total libertad y autoridad. ¿Qué decís?

—¿Por qué? —dijo solo.

—Porque os encuentro apt...

—No —la detuvo—. Yo digo, ¿por qué esa repentina preocupación de darme un puesto? Si es por lo que dije de que solo buscabais siempre denigrarme, ya os recalqué de que lo dije por molestia y orgullo, nada más.

—Pues yo no lo veo así, uno a veces respalda cosas con la molestia, pero que en el fondo siempre son reales. Y no está mal —aseveró—. Son sentimientos, genuinos y... Yo sé que no debí proponeros ese tonto cargo de secretario, ni hacer lo que ya sois como si fuese una broma, aunque me di cuenta tarde. Pero estoy tratando de arreglarlo, ¿sí?

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora