59. Lienzos, gozo y fábula

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—¿Quién? —inquirió y rápidamente se situó—. Ahh... Os referís a Ernesto. ¿Pero cómo es que...? —exhaló ahora obvia—. Vos y vuestra maldita costumbre de oír entre paredes.

Catalina le dio un suave empujón.

—No, claro que no —aseveró Erik—. Yo solo estaba pasando por ahí, para ver si aun estabais, pero bueno termine viendo por unos segundos en el ventanal... Solo responded.

¿Qué era eso que percibía en su postura y voz? ¿Acaso eran... celos? Si creía ya demasiado inaudito que este pudiese tenerle sentimientos, después de tanta inexpresividad y luego tanta pasividad, mucho menos podía creer que le tuviese —y le llegase a mostrar más que todo— celos.

¿Sería posible o solo me lo estoy imaginando?

—¿Qué es eso? —debería no andarse con jugarretas en ese tema. Que aunque no tenía por qué desviarse o darle alguna vergüenza, si le acongojaba y le dolía bastante de cierto modo, pero, le parecía imposible asimismo omitirlo y no divertirse mordaz un poco con su inaudita manifestación—. ¿Acaso son... celos? ¿Apenas iniciamos y ya los tenemos?

—¿Qué decís? Catalina no seáis ingenua.

Él le desvió la mirada, todavía más serio.

—¿Y también rabietas? Porque eso es lo mío.

—Catalina —se volvió—, por Jesucristo no...

—Bien —este le quita lo divertido a todo—. En primer lugar, ¿creéis que me he dejado?

—Es cierto, no —dijo acelerado, retrocediendo—. Continuemos —reanudó el paso, con fingida serenidad y dejándola atrás.

—Erik Oldemburgo —le llamó—. Regresad.

Deteniéndose una vez más, su Alteza Real dio varios golpecitos al piso con la suela de sus botas de cuero negras y los brazos en forma de jarras sobre su cadera. Pensando, para luego rendido, como ya se imaginaba, retornarse junto a toda su rígidamente seria actitud anterior y tan natural. Como es de piernas largas, no tardó en regresar a su frente con justas tres limpias zancadas.

—La verdad es que si me enerva...

—¿Qué os enerva, milord? 

Con detenimiento, Erik se le acercó aún más.

Hasta hacer, que ella recostase su espalda en la gélida pared, y con sus manos puestas de lado a lado, no permitirle también escapar.

—Me enerva esa manera malintencionada con la que os ha estado viendo de la noche a la mañana. Tal la lauréola faltante de su coleccioncita. Como el hecho —agachó lo suficiente su cabeza para poder, sin mucha prudencia, copiarla—, que os ande buscando a cada segundo solo para trataros despectiva y deshonrosamente. No entiendo como no le habéis reprendido aun, conociéndoos, pero conoced que yo, aunque soy muy comedido, no pasó desapercibido que alguien se intente atravesar los que creo son mis caminos.

Estremecida, pero sin dejarse intimidar por ese carácter tan fuerte y determinado de su consorte, ella mantuvo alzado su mentón, retándole con la misma mirada. Pero no como antes. Esta era más como un tentativo jueguito, aunque Erik estuviese más que ensanchado en molestia y seriedad.

Que se notaba más que traslucido riachuelo, a través del cambio de matiz de sus ojos. Resplandecientes con intensidad, en un azul turbulento tal tempestad. Y que enceguecía la cordura y provocaba la suma atracción.

Y así fue, simplemente.

Porque la Estuardo dejó rápidamente de seguir retándolo, para ponerse de puntillas y así alcanzar con deseosa necesidad al fin sus labios en un robado y corto beso, que fue recibido con absoluta rigidez. Esos acorralamientos sí que le eran gratos.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora