55. En el fin, está el comienzo III

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Esta humillación no la aguantaría. Y menos ante esa mujer para que regocijara dentro.

Aunque si eso fue lo que pretendió, lo logró.

Catalina hizo la cara a un lado, sin ningún tipo de movimiento o expresión. Solo resonaba su respirar agitado mientras su mano estaba firme sujetando una de las manijas. Lista para salir... corriendo, si Erik seguía expresando entre balbuceos lo mismo.

Pues, «Mi amada» Ja, palabras que creyó nunca oír salir de su boca. Como cualquier otra similar o por lo menos un poco afectiva. Y he aquí, está ahora diciéndolas con gran vehemencia a su... Aunque, tal vez en el fondo, ella misma quiso retorcidamente que algo así ocurriese, por lo que la dejó continuar hablando después de que le agradeció aquello y luego la dejó entrar, para pegarse la bofetada que le faltaba y la que la hiciese reaccionar y dejar de soñar en vano.

Solo que no espero, que doliese tanto.
El entender terminantemente: Unión política.

¿Pero que iba a esperar? Así eran las cosas. Así eran siempre estos enlaces. Donde lo más importante era la lealtad antes que la fidelidad. Lo armonioso antes que el amor. De manera que no importaba nada más, solo que el otro no estuviese confabulando en vuestra contra o que la convivencia no fuese una lucha diaria. Ya lo otro... Pero que tonta fue.

Aquí no iba a haber excepción.

—No, no me dejéis... No me dejéis, mi amada... Quedaos conmigo. Quedaos... Quedaos —y si, la Estuardo ya no tenía que hacer ahí. Así que mejor dejó ya de martirizarse, de picarse con una aguja filuda e invisible el pecho, y se dio la vuelta en silencio abriendo casi agreste, resuelta a largarse lejos a—. Catalina.

Se entiesó al cruzar el umbral.

¿Había oído mal? ¿Se había equivocado él?

—Catalina —al parecer no—. Quedaos... No me dejéis. Quedaos conmigo... Mi amada... Catalina. Catalina... —esta se volvió a girar y rápidamente en su interior con ingenuidad resplandeció entre la tan saturada tiniebla.

¿Pero qué es lo que estaba ocurriendo? No creía haber sido capaz de habérselo inventado en su cabeza y... No, no fue así. Si ocurrió. Él había dicho su nombre... ¡Si! Lo dijo. Y, y quería que se quedara solo junto...

—Su, Su Gracia... —la francesa se inclinó ante el Oldemburgo, tocando su frente con total osadía y en su cara se formó el espanto—. Llamad al médico. ¡Ahora! Está teniendo fiebre... ¡Mucha! Que... ¡ya está delirando!

«¿Qué?» Sacudió su cabeza invisiblemente.

—¿Fiebre? —repitió unas cuantas veces, procesando—. Fiebre —rompió en instinto y desesperación yéndose veloz hacia afuera.

Como sus dos sabuesos estaba siendo los encargados superiores de vigilar a lo recién apresados, tuvo que gritarle con escandalo a uno de los de la Guardia Real que estaba haciendo turno al otro lado del pasillo. 

Este, no tardó en llamar al médico en Jefe, quien de por sí ya se preparaba para venir a hacerle la revisión que había dicho. Por lo que no comprendía esta que había pasado mal, si todo iba más que mejor. Ya ahí, le comenzó a examinar con apremio, esta vez a puerta abierta, para no preocuparle más.

Pero en realidad, lo estaba haciendo más.

¿Por qué le habría vuelto la fiebre? Ya habían dicho que estaba fuera de peligro, ¿por qué? ¿Le volvería la infección? ¿¡O se le propagó!?

Tiempo y tiempo transcurría como en el moroso reloj de arena y Catalina iba a delirar. Mientras volvía a dar vueltas y vueltas por el pasillo frente a sus aposentos. Solo deseaba que ese hombre viniese rápido a ella y...

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora