13. Suspicacia

128 8 0
                                    

Aquello se le había escapado completamente. 

Girando levemente su torso, asintió su cabeza una vez, al guardia de cabelleras doradas, como respuesta por haberle notificado. Luego devolvió su vista a Ernesto y continuó a despedirse de él. Este todavía más confundido, le preguntó por ese guardia, a lo que ella contestó, que más tarde le explicaría más a fondo, todo lo que había ocurrido. Esperando que para su otro encuentro se hallase con más sensatez y compasión.

Seguidamente, Catalina se encaminó hacia la Sala del trono. Lamentando, que no logró volver a ver a Lady McLean entre alguno de los pasillos, para así también despedirse de ella. De cualquier modo, se lo encomendó a Ernesto. Mientras seguía su camino, agradeció grandemente, no haberse encontrado a calumniadores a su paso. Lo más probable es, que su nana ya les haya reprendido. ¿Quién con sano juicio se atrevería a desobedecerle a esa mujer o tan siquiera a objetarle? Nadie por supuesto. A menos, de que quieras ir al mismísimo infierno con tan solo una simple mirada.

Quizás ella ya se encontraba en el infierno, pero por culpa de otras grandes razones...

Doblando el último pasillo, visualizó en las grandes puertas a sus tres damas y a Little, esta última se miraba bastante tensa. 

Desconcertada, a sus oídos comenzaron a llegar nítidas voces; bastante exaltadas en su mayoría, procedentes del interior de la sala. Y ahora, ¿qué...? Sin más preámbulo, la joven monarca entró al lugar, observando como discutían aquellos tres hombres, los conocidos Esmé y Jacobo, con el distinguido hombre, de firme bastón y capa oscura, el embajador inglés Sir Nicholas Bristol.

Estos callaron al instante y dirigieron sus vistas hacia ella. El antes mencionado, se le acercó de manera sutil con ayuda de su bastón. Para llevar su pie derecho atrás del izquierdo, y con la mano sobre su pecho ataviado, reverenciársele con finura.

—¡Su Gracia! Dichosos son mis ojos de volver a veros —fue lo primero que dijo el inglés.

—Querido Nicholas, me complace teneros de vuelta en Escocia —dijo, extendiéndole su mano, la cual este sostuvo y besó, con la misma finura de hace unos segundos.

Aún con la postura inclinada, Nicholas captó sagaz con sus ojos grises y agacelados, la mano vendada e indiscreta de Catalina.

—En cuanto recibí el mensaje del Consejo, contando todo lo que os había acontecido, no esperé ni un segundo más y decidí viajar lo más veloz posible a Escocia. Espero os encontréis bien, señora —irguió su cuerpo y posicionó sus manos aterciopeladas por guantes sobre su vistoso y firme bastón.

—Afortunadamente yo...

—Afortunadamente, como veis ella se encuentra bien —se interpuso Esmé. Ni siquiera se iba a sorprender, ya hasta la habían dejado hablar demasiado. Si la llamaban era solamente para saludar—. No obstante, si os referís a su mano, es una consecuencia por un ataque de nervios.

—Por decirlo suavemente esta vez —agregó Jacobo en un murmuro al otro costado.

—Y como no —continuó Esmé—, si tuvo que presenciar como una persona de su servicio, de su compañía, el cual le tiene alta estima, salió lastimado... No, lastimado sería poco, casi muere por culpa de una flecha que, apareció de la nada entre las hojas de los árboles. ¿Y de que era? A sí, inglesa... Entonces, ¿cómo podéis explicárselo?

—¿O le vais a repetir lo mismo que a nosotros? —Arran se aproximó hasta el otro lado de ella—. "Qué no podéis entender, la razón de tal fiasco" —trató de imitar el ceremonioso timbre de Nicholas Bristol.

Pese a las circunstancias, para nada gratificantes, por las palabras acusativas y sugestivas de Lennox y Arran, el embajador inglés mantuvo serena su semblanza. 

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora