65. Negras esperanzas

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Él le preguntó: "¿Entonces por qué os callasteis?" Ella no le contestó, aunque sabía muy bien la respuesta, pero cuando le volvió a preguntar a la segunda, ella si le contestó:

"Pues principalmente para que no enfrentaseis la justicia escocesa. Solo porque... como ya os dije pensé que era pasado nomás. Algo que acabó y debíais cumplir. Pero que ya habíais destruido para siempre todo rastro, como ese sello de lechuza, cuando vinisteis aquí y me entregasteis lealtad absoluta a MI. Por eso callé y me lo pasé por encima. Pues hasta las sagradas escrituras dicen que no hay que acordaros de las cosas pasadas y que todos merecemos redención y perdón si es en verdad. Y... porque creía que vos me habíais hecho más bien. Pero parece me equivoqué. ¿O no?"

Él terminó: "Solo, perdonadme un día..."

Pero ella insistió: "Nada de perdones, Jacobo quiero explicaciones. ¿Por qué hicisteis eso? ¿Por qué estáis haciendo esto? ¿Qué ocurre? Vos no sois ningún traidor, no. Decídmelo. Yo os entenderé. ¡Decidme la verdad! Me estáis protegiendo, ¿verdad? Decid, confiad. Ya no soy una niña. ¡De verdad ya no! ¡Jacobo!

Tres campanazos volvieron a resonar.

Y Catalina volteó arrebatadamente su rostro hacia la otra dirección. Era ese pasillo. Ese mismo reluciente, dorado, colosal y maldito pasillo; donde a lo lejos estaba Isabel observando a ese ventanal, a esa sala. Esperándola para torturarla, con eso igual.

—No, allí yo no vuelvo. ¡Allí yo no vuelvo! —gritó para hacerse resonar, entre ese bullicio, mientras giraba asustada y casi delirando.

Pero el ambiente cambió. No era las mazmorras, era afuera en un patio y...

Un crepitar acreció. Y cada vez más rápido. Hasta que llegó a formar un coincidir, con las llamas rugientes que estaban consumiendo en ondas de abajo hacia arriba, cada trozo de madera. Humo había ya, pero no era lo suficientemente espeso como para ofuscar lo que en el medio escondían. Un cuerpo amarrado a cuerda gruesa, carcomiéndose a pedazos desde su piel a sus entrañas. A la vez que alaridos desgarradores le acompañaban. De la base, empezó a brotar rojo escarlata; manchando a su paso toda la fina nieve.

Así, venia soñando tal pesadilla ya a diario.
Aunque en la vida real, no ha sucedido tal.

—Su Gracia —saludó la noble Mariam.

Catalina fatigosamente apartó sus ojos del cristal en sus aposentos. Esperar cada día a la hermosa paloma allí, ya era algo inútil.

—Mariam —se bajó del balcón, haciendo que el libro en su regazo se cayese al suelo.

Quiso recogerlo, pero la otra le interrumpió.

—No os molestéis —le dijo de inmediato.

—¿Pero que decís mujer? —se bufoneó, terminándolo de recoger por ella misma—. Las manos no se me van a caer por esto. 

—Bien —esta tambien terminó de situar un poco angustiada sobre la mesa, una bandeja llena de varios platillos deliciosos pero agobiantes. Carnes, arroces y postres. Muy dulces—. Cuando oí que amanecisteis con apetito me alegré mucho. Solo que no me imagine que había sido tanto —remarcó. 

—Bueno es que estoy cerca de acabar los cuarenta días de oración —se quitó dedo por dedo sus guantes sombríos, que jugaban con su vestimenta igual—. Y el ayuno tambien.

—¿Pero no os hace excesivo? Podríais intoxicaros. Pues habéis pasado días sin...

—No vos Mariam, ya he recibido muchos sermones sobre mi alimentación como para que vos tambien hagáis. Un ayuno no me matará —pasó a tomar asiento—. Pues hasta el mismo Señor Jesucristo hizo uno de...

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora