60. Aguda pleitesía

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Con apresuro, Catalina fue a sus aposentos un momento. Debía procesar asolas lo que ocurriría. Ese plan nuevo que tenía en la cabeza y como todo podría concluirse hoy mismo en un rotundo nuevo éxito, un nuevo peldaño escalado o un terminante desastre y una más que horrible caída hasta el comienzo o más abajo que eso. Sería un movimiento peligroso, pero que era necesario. Casi vital.

Hoy se reuniría en persona con el hombre, política e influyentemente más importante de toda Inglaterra. Y a la vez el más afilado, astuto, venenoso y codicioso, y desde no hace mucho, la mano derecha de la Isabelina.

Quizás era la mayor locura que iba a hacer y la peor pretensión que se le ha ocurrido. Pero si de algo estaba certera, es que no quería que días oscuros volviesen a ocurrir como aquellos. Ni para sus allegados, ni su gente. Nunca más. Así que para iniciar, que la rata inglesa estuviese aquí ya era un gran paso.

Estaba nerviosa, pero a la vez orgullosa. Mirándose en el espejo del tocador, delineó con el dedo una de sus imperceptibles cejas. Se admiró. Sintiendo que era uno de esos días donde no le turbaba mirarse en el espejo, uno de esos días donde el sol brillaba fuertemente para ella. Tenía un buen presentimiento. 

Pues Dios estaba con ella.

Desde siempre y para siempre.

—Así que un Cecil está pisando tierras escocesas. Y en manera al parecer no amenazante o perniciosa. ¿Puede sonar más irreal? —su nana pilló toda su atención.

—Un poco si —dijo con amplia sonrisa.

Le alegro también, de que hoy y ya días, está ya no estaba usando ese horrible bastón.

—¿Es cosa mía o no parecéis tan sorprendida, mi niña? —se le acercó—. ¿Tenéis que ver?

—Pues... exactamente diría que no, sin embargo, pueda ser un tanto sí. Bien conocéis que lo que me propongo lo hago y lo que...

—Yo más que lo sé. Sabía que tarde o temprano, recobraríais el rumbo. El deber.

Si y no, exactamente.

—Si, teníais razón. Debo estar muy atenta y concentrada en mi reinado, y en asegurarlo sobre todas las cosas, al igual que en las gloriosas predestinaciones que tengo, pero... —intentarlo una vez más, tal vez no iba a ser nueva causa perdida—. También creo que debo luchar por lo que creo y siento. Por mi interior tanto como por el exterior, nana.

—Agh, ¿volveremos a hablar de lo mismo?

—No es volver a hablar de lo mismo, si no de una realidad. Que quieras o no está...

—¿Creéis que no lo sé? —cuestionó irónica—. Pero que puedo decir, al fin y al cabo hacéis siempre lo que queréis. Vuestros caprich...

—Que no se trata de un capricho... —protestó siendo lo más dócil—. Nana, ¿de verdad porque no queréis aceptarlo, a él principalmente? ¿Por qué, os mostráis tan reacia con mi matrimonio? ¿Qué pasó?

—Que no es un matrimonio de...

Catalina la interrumpió.

—Puede que no es convencional. Como dijisteis de ejemplo, el vuestro fue por elección y el mío por imposición, pero eso no quita de que en conclusión es un matrimonio más, eso también me dijisteis vos misma y en el día de mi boda. Y teníais gran razón.

—Mi niña, es mejor que ya os apuréis a...

—Esperad. Y escuchadme atenta dejando de lado vuestra fuerte tozudez y permitid vuestra sabia sensatez —acarició su alianza—. ¿Ya habéis pensado, de que si tuvieseis razón en todo lo malo que me escupisteis sobre él aquel día, él ya no estaría aquí? Dijisteis que Dios siempre erradica el mal y quizá ya lo estaba haciendo, como que siempre Dios busca mi bien. ¿Entonces por qué él lo dejó y lo ha sanado por completo? Sino porque en verdad no es alguien malo, sino bueno. Y me hace tanto bien a mí.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora