44. Tan cerca y tan lejos

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Después de ese juicioso consejo, ambos ya no dijeron nada. No hicieron nada, más que quedarse así tan juntamente como estaban. Sus respiraciones ya se habían normalizado. Pero no podría decir lo mismo de la agitación de sus corazones. O eso creía Catalina.

Esta en vez de sentirse incomoda o más abatida, se sintió aliviada. Liviana. Liviana de esas enormes cavilaciones, que siempre la habían aplastado en sus peores momentos. Y que ni con mil palabras de aliento, lograban hacerla sentirse de otro modo. Solo encerrarse aún más en sí. Y a la vez no entendía. Todos sus cercanos siempre usaban la misma estrategia, para hacerla razonar y sosegar, pero nunca les funcionó. Al contrario, solo ganaban que los corriera.

¿Qué era diferente con Erik? ¿Será porque es un persistente de lo peor, que no se doblegaba ante sus gritos amenazantes y sus caprichos? ¿Por qué es de boca sincera y ella lo sabe? O, ¿por qué este si es alguien familiarizado a su tipo de mundo y por eso, la sabe escuchar y, más o menos, la... comprende? O, ¿trata?

Sea como sea, ella no quería dejar de estar así. Resguardada. Consolada. Comprendida. Ni... sin él. Por lo tanto, entre algodón y destellos dorados que acompañaban a la despejada noche, Catalina apenas notó la presencia del Oldemburgo sobre la cama, por petición de ella, se dio un rápido giro en busca de acurrucar su rostro en su pecho. Tal y como una niña pequeña. Como un...

De los labios de Erik salió un casi inaudible quejido, cuando ella pretendió jalarle del brazo para que le rodeara. Inmediatamente incorporándose, él le siguió la acción.

—¿Qué? ¿Qué tenéis? No me digáis que... ¿os habéis lastimado al caer en el montículo? —revisando con detalle su brazo, localizó su dolama exactamente en su codo. Su preocupación no era falsa, era de verdad.

—Si, pero no fue nada. Solo simple moretón.

—¿Estáis seguro? ¿Os revisaron? Esperad pe...

—Si ya —le quitó la mano de su brazo y la envolvió entre las dos suyas. Tal vez esa escena de inaudita preocupación, le agradó.

—Lo siento, lo siento no quería provocaros eso. La verdad es... que realmente no busco provocar cosas malas. Aunque al final siempre las termino haciendo. Quizá eso que digo todo el tiempo de que no soy una inconsciente, si sea mentira. Si lo soy. Y más cuando me altero. Cuando mis nervios...

—Eso no es cierto —dijo en voz baja.

—Si lo es. Soy una inconsciente, Erik. Solo observad lo que os pasó; pudo haber sido peor. Y encima os hice ensuciar vuestras medias —rumió mas avergonzada.

—¿De verdad estáis pensando en si se ensuciaron mis medias? Von Jesus Christus, Catalina. ¿Qué importa eso, decidme?

—No sé —recordó cuando el mismo se lo gimoteó en aquel pasado noviembre—. También está lo que me provoco a mí misma, a veces rompo cosas y me lastimo sin querer, como la cicatriz en mi mano izquierda... A veces me quedo echada en lugares inapropiados, como lo que pasó en el establo aquel día. Me quedé dormida en lomo de mi caballo en la gran ventada fría que comenzaba por el temporal. Pude enfermar.

—Eso ultimo ni siquiera iba a poder pasaros, porque, ni siquiera pasasteis ni cinco minutos ahí dormida. Yo me regresé aunque me pedisteis que me fuera y os cargué hasta vuestros aposentos —con esa confesión de sus propios labios, ella aclaró una vieja duda.

—¿Entonces realmente fuisteis vos?

Aquella vez su nana se lo comunicó, y luego sus damas se lo afianzaron. Pero no creyó. No le creyó a él capaz de hacer acto tan caballeroso, tan atento y desinteresado. O algún buen acto para con ella. Creó que la había abandonado. Como ya acostumbraba.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora