31. Una inesperada ayuda

112 6 1
                                    

Una sutil voz comenzó a llamarle, y a ligeramente tocarle uno de sus brazos. Haciéndola despertar de entre una fuerte pesadez, provocada por la extensa velada.

—Buen día, Edine... —bostezó.

—Buen día, mi señora. Os habéis quedado dormida en la silla —dijo un poco alarmada.

—Ah, no me di cuenta... —estiró su espalda—. Ni siquiera creí que podía ser capaz de dormirme. No con tanto, que sucedió ayer —suspiró—. Vaya que fue un día muy largo...

Aunque al menos no había vislumbrado a sombras moverse con naturalidad por ahí.

—La verdad es que sí. Yo... nunca imagine que todo eso fuese capaz de llegar a suceder.

—Pues ya lo veis —se levantó de la silla aun envuelta en la sabana—. Hay más ratas ocultas o enemigos, por así decirlo elegantemente, de lo que yo creía. Es tan irónico como gracioso. Pero no os preocupéis, tarde o temprano me encargaré de todos ellos... —miró a su alrededor aun desorientada—. ¿Y Mariam y Lesly?

—Están trayendo esencias para vuestro baño. Imaginamos que eso os caería muy bien.

—Buena idea —hizo otros estiramientos—. Así podré pensar más a fondo en lo que haré.

—¿Qué es lo haréis? —le preguntó con inseguridad y algo de preocupación.

Vaya que esta pobre mujer, siempre pasa con los nervios de punta. Como una... gelatina.

—Aún no lo tengo muy claro, pero de que haré algo lo haré. —Segura, Catalina salió de su cabeza y le observó—. Cambiad el semblante Knox, no dije eso para que os de preocupación. Desde ahora en adelante nada malo va a suceder, sino al contrario. Solo cosas buenas; como siempre debió ser —le sonrió de lado, mientras alzaba una ceja.

Algo que evidentemente solo hizo cause para preocuparle más a la otra. Y esa fue la razón por la que hizo esa expresión maliciosa. Para divertirse un rato con su rostro pálido, tenso y lleno de incógnitas. Pero, no importaba. Muy pronto tanto ella, tal como los demás entenderán sus palabras, y todo para bien. 

—Señora —la castaña le tocó un segundo el brazo—. Perdón por mi insistencia pero...

—Es en serio, Edine. Ya lo veréis. 

—Y claro lo esperaré. Yo desde ayer supe exactamente que vos si no os quedaríais de brazos cruzados, que esta vez no cerrarías vuestros ojos. Por lo que solo me queda aconsejaros, aunque os suene a sermón.

—Hacedlo. Creo que nunca debí hacer caso omiso a vuestros sermones ni el de los otros. Quizás hubiese evitado todo esto. O por lo menos no caer tan fácilmente —acotó.

—Yo creo que todos en la vida debemos caer para así saber y comprender realmente que ya debemos levantarnos. Y... ya que al fin lo hicisteis. Solo continuad y continuad adelante. No importa que o quiénes. Así.

—Amén. Eso necesitaba —y eso es seguro. 

Dejando de estar frente a Edine, caminó con lentitud a su tocador. Y se encontró ahí algo sobre él. Algo que parecía ser... una baraja de cartas amarradas a un listón de seda blanca.

—¿Y esto? ¿De dónde ha salido?

—¿Habláis de la baraja? —inquirió—. Eso os lo ha enviado el príncipe real, mi señora.

—Erik —musitó. Examinando el obsequio, le dio una media vuelta para descubrir que, traía y todo una pequeña nota incluida.

La joven monarca curiosa, la sustrajo y sin esperar la leyó. "Para que nadie juegue vuestras cartas" decía. Así de simple y solo eso. Si esa era su letra, de verdad que tenía una caligrafía muy... perfecta. Una muy estilizada y limpia. Hasta más que la de ella. Esta sin duda, era otra nueva cosa grata que descubría sobre él. Sonrió, si sonrió al pensar que esta era la primera vez que le obsequiaba algo. Algo que había sido solo de parte de él y por iniciativa propia. Que quizá lo había hecho como recordatorio de esa velada.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora