11. La misiva

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¿En quién?

¿En quién podía confiar? ¿En quién, sin temer que desenfundase su espada frente ella a conveniencia propia? Ojos atentos la ven, pero, ¿cómo la miran? ¿Con lastima? ¿Impotencia? ¿Rencor? ¿Ira? O mejor aún ¿Con malogro? ¿Quién quería hacerle daño? ¿Quién quería verla muerta? ¿Sería su prima? ¿Algún noble inglés con bastante repudio a los Estuardo? ¿Habrá de paso, otro posible heredero también? ¿O serán sus propios cercanos, cantando DIOS SALVE A LA REINA mientras conspiraban a sus espaldas?

Volteó su cuerpo dispuesta a marcharse y dejar definitivamente de mirarlos, pero al hacerlo casi tropieza con una Mariam que, traía en sus manos la taza de infusión.

—Mi señora, aquí está vuestro...

—¡Ahora no, Mariam! —le gritó, apartándola brusca de su camino. Provocando que, la pobre mujer derramara el contenido completo de la taza sobre su propio vestido.

La monarca no se turbó de esto y siguió su camino hasta sus aposentos. Quería estar sola, necesitaba estar sola y quitarse el vestido, este ya le comenzaba a provocar mareos y ascos debido al fuerte olor que emanaban los restos de sangre. Era eso o la fuerte impresión que aun traía. Y que ya comenzaría a hundirla. Cuando se acercaba a estos, divisó a dos guardias en la puerta. 

—¿Y vosotros que demonios hacéis aquí? —los encaró impaciente, pero con recelo.

—Su Gracia —ambos inclinaron la cabeza—. El Conde de Arran nos ha asignado como vuestra escolta oficial, durante vuestra...

Sin ningún tipo de paciencia, la joven alzó su mano ante ese guardia; para callarlo, y solo se limitó a entrar en los aposentos al fin. 

¿Escolta oficial? ¿Ahora iba a tener a dos custodias armados tras de ella todos los días y noches? Porque era certero, que no solo los asignó para su estadía en Holyrood, sino que también para su vivencia en Stirling cuando regresasen. Solo que no sabía que, ahora se les llamaba así, tan elegantemente, el término que recordaba era perros cuidanderos.

Ya adentro, poco a poco fue desvaneciéndose sobre la puerta. Empezando a quebrarse en otro rotundo llanto. Y en lo que tanto frenó: Un terminante miedo que volvía a emerger desde su pecho, agobiándola con miles de maquinaciones lúgubres. Al pensar el solo hecho que, en lugar de Ernesto pudo haber sido ella, la que estuviese tirada sobre aquella cama debatiéndose por su vida. Le aterraba la sola idea. Aunque estuviese siendo una completa y abominable egoísta con su amigo.

Pero no podía ser de otra forma, no podía.

Casi en el suelo, se percató de una cosa a la distancia. No quiso por un momento prestarle atención, pero sus ojos no dejaban de guiarla hacia eso. Dispuesta a saberlo, se levantó con dificultad y sorbió su nariz mientras tanto se acercaba al buró de la cama. Estando por fin enfrente, se dio cuenta de que era una misiva, adornada con un sello bastante peculiar. Una daga apuñalando desde lo alto a un cardo.

¿Qué significaba eso? ¿Una daga? ¿Por qué esta saeta apuñala al símbolo de la casa Estuardo?

La agitación excesiva la invadió, mientras sostenía ese papel. Sin esperar otro minuto más, rompió el sello y lo abrió de un tirón, congelándole la sangre al ver su contenido.

Un dibujo hecho con tinta del cuerpo de una mujer, ejecutado sobre un bloque cubierto de sangre, y al lado de este, la cabeza decapitada, juntamente a una descripción: "No podéis escapar de vuestro destino, usurpadora".

Llevó instantánea una mano a su boca y cerró violenta sus ojos. Era un augurio, el augurio de su futuro. Era su cuerpo ejecutado. El aire paulatinamente le estaba abandonando y obtenerlo se le hacia el mayor desafío de todos. Retrocediendo inconsciente unos cuantos pasos, gritó frenética a toda voz.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora