50. Intromisiones

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—¿De verdad ahí está? ¿O solo especuláis?

Esa era una ubicación muy extraña.

¿Qué podría estar haciendo un noble escoces en tierras italianas, y católicas ante todo?

—Es especulación, pero estoy seguro de que ahí está escondiéndose como rata. Es la única propiedad al extranjero que tiene y que no puede ser arrebatada por la corona y vos. No es tan descabellado pensar que encontró la manera de salir de Escocia. Y tampoco esta demás averiguarlo y descartar. Por lo que asimismo quiero pediros la autorización para salir si es posible hoy mismo o maña...

—Deteneos ahí mismo —le levantó la mano—. Ernesto, no puedo autorizaros a tal cosa.

—Estaré bien os lo juro —dijo conmovido.

—No me refiero solo a eso. Un buque escoces no puede entrar como si nada a Nápoles. Y menos si en él va el Comandante del Ejercito.

—Si, no obstante podría...

—No, podrían malinterpretarlo y verse como intrusión. Ya que ni siquiera mantenemos comercio con ellos. Y lo que menos quiero ahora, es comenzar mi regencia oficial con una evidente animosidad extranjera. Y que además es católica. Pues, ya bastante tengo con las secretas intrigas inglesas aquí en mi propia corte... ¿Ya vais entendiéndolo?

—Esas clases con Lord John sí que os han sentado muy bien—atribuyó con impresión—. Ya habláis como toda una ágil política, pupila.

—No es tanto de estudio, sino de simple lógica, excelencia —replicó ella en media sonrisa—. La cual a mí nunca me ha faltado como la inteligencia, a pesar de llegar a hacer muy impulsiva. Ya más que lo sabéis. Y, retomando lo otro. Si tal especulación es cierta y esa rata se esconde ahí, primero redactaré y enviaré una carta al Virrey o a su mayor ministro, contándoles la situación. Si ellos aceptan, como deberían, os dejo partir.

—De anticipo os digo... —volvió a detenerle.

—Pero, os acompañará Arran. Que por cierto creo que regresa hoy. Él tiene mayor experiencia en diplomacia y como embajador.

Primero Dios, no se equivocasen. Encontrar a Bothwell sería el primer logro bajo su total mando. Y una piedra menos en su camino.

Con orgullo, cada vez más estaba borrando esa imagen suya de una niñita insulsa.

Y no pretendía detenerse hasta borrarla toda.

Y para siempre. Esto era solo el inicio.

Por lo que el corazón debía también cooperar...

—Está bien. Me sujeto a vuestras condiciones. Solo esperando que os den la aceptación y pueda partir, para traeros en charola a ese gran dolor de cabeza. Porque bien sabéis, que no hay nada que no pueda hacer por vos.

Repentinamente, agarró sin decoro su mano. Y aunque eso no era nuevo, lo sintió incómodo. Sobre todo al percatarse, que se había traído consigo en la otra mano la significativa piedra que Erik acaba de obsequiarle. Y ni mencionar, la mayoría de actitudes que en los últimos días, le notaba a este muy abiertamente. Pero, era Ernesto.

Por su osadía relucía y sus conductas chocarreras y a veces tan tiernas.

—Yo más que lo sé —dijo satisfecha—. Y por eso es que me reconforta tanto que estéis al pendiente. Y que seáis mi gran amigo.

Compartieron un poco la mirada, pero pasados unos minutos, ella la apartó y sonrió nerviosa. Por primera vez se incomodó.

—¿Salimos de paseo hoy? Tengo varias historias "aburridas" de mí que contaros.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora