17. Tiodhlac brathaidh I

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Aquella voz era espeluznantemente ronca y masculina. Eso solo aumentó su terror, pero aún más le alteraba la amonestación de este.

¿A qué próximo peligro se refería? ¿Qué regalo de Moray? ¿Por qué no debo probármelo?

—Ahora bien, Su Gracia. Yo quitaré mi mano de vuestra boca, pero no os tentéis a verme y tampoco a gritar por auxilio. Porque si no, ya no sabréis de más peligros. ¿Lo entendisteis? 

Estando completamente confundida y aturdida, asintió frenética con su cabeza.

Con esa acción, él la soltó de su violento agarre. Quedando petrificada, no se atrevió a girar su cuerpo, solo escuchaba tronar es sus oídos las pisadas firmes de este contra el piso. Con la curiosidad carcomiéndola a más no poder, le desobedeció y giró veloz su cuerpo.

Llevándose la gran sorpresa, de que no había nadie más que ella misma en la habitación. Como si aquella figura se hubiera desvanecido tal espectro maligno, dejándola aún más ofuscada. Inhaló fuerte un poco de aire para tratar de recomponerse y agarrando valentía, tomó de encima de su buró una vela encendida, decidida a buscar al hombre.

Se encaminó despacio hacia la pared, en la cual colgaba una gran cortina roja, creyendo de alguna manera que, se estaba escondiendo tras de sí. Con un impulso de gallardía agarró e hizo a un lado la tela, encontrándose con... nada. Era imposible que se hubiera esfumado. Y tampoco fue una alucinación, ella sintió enteramente la mano de él sobre su boca. Terroríficamente fría, pero la sintió. Real.

Se sobresaltó por un segundo, al escuchar el silbido agresivo del viento colarse en la ventana principal. Percatándose que esta no había sido cerrada. Catalina sin tardar, se asomó en la ventana. Sin embargo, igualmente era imposible que tal hombre hubiera escapado por ahí, aparte del tiempo, ya que un abrupto acantilado le esperaría seguido de una fija e inminente muerte.

¿Pero qué demonios, es lo que está pasando?

Esa noche no fue capaz de dormir.

Ni la otra. Como una demente.

¿Quién podría ser tal figura? ¿Por qué la estaba advirtiendo de ese próximo peligro? ¿A qué clase de peligro se refería? ¿Cómo había salido de la habitación sin que ella lo hubiese atrapado o haber muerto en un fiero risco?

Su cabeza ahora tenía otros motivos más para maquinar. Las palabras de ese hombre misterioso y en sí el hombre misterioso.

Habían pasado dos días, después de esa retorcida noche y a pesar del tiempo transcurrido, aun no entendía a qué próximo peligro se refería. ¿Por qué motivo el segundo conde de Moray quería hacerle daño? ¿Porqué? Llevaba años sin tratar con los Moray desde la muerte de su tío. ¿Por qué ahora resurgirían y más para hacerle daño? Aunque estaba aterrada de miedo, no se sorprendía si intentaban volver a hacerle daño, pues se había resignada desde que leyó aquella macabra carta con un sello peculiar.

Pero, a quien engañaba, claro que se le congelaba la sangre, el tan solo hecho de imaginar que volverían a atacarla, que intentarían matarla de formas atroces e inimaginables. Desafortunadamente, estaba llegando a un punto donde desconfiaba hasta de su propia sombra, por miedo a que esta cobrase vida y, la apuñalara por la espalda.

Todo se le estaba escapando de las manos.

La tranquilidad, la estabilidad y la vida...

Tampoco se atrevió a comentar aquello con nadie. Ya no se podía dar el lujo de confiar en nada ni nadie. Recordaba exactamente las palabras de Lord Bristol advirtiéndole sobre los posibles traidores escondidos en la corte escocesa, aunque no creyese en esa posibilidad o realmente no quería creerla. ¿Quiénes podrían ser los cómplices? ¿Sería Jacobo? ¿Sería Esmé? ¿Serían los otros lores del consejo privado? ¿Sería una confabulación inglesa? ¿Serían los herederos de María Tudor? ¿Sería su propia sombra? 

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora