43. Tempestad de fuego

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Esa traición era mucho más compleja y peor aún de lo que se pudo haber imagino nunca.
Pensó, después de que ansiosa logró llegar a sus aposentos y abrió ese baúl extraño.

«...por lo que hizo mi padre. Aunque él nunca me lo confesó»

«¡Muchas Gracias, Su Gracia! ¡Me encanta! Sé que a mis padres les hubiese gustado verla»

«...Solo que a veces intercambiaba correspondencia con un desconocido que era poderoso, creo»

Al principio, a Catalina y a sus Sabuesos les costó encontrar una forma para hacerlo. Porque este estaba cerrado celosamente bajo llave. A lo que los llevo, como final recurso, intentar romperlo. Pero eso no sucedió. Porque un momento de claridad, abarcó a la joven entre tanta penumbra y nubes negras. Recordó el primer hallazgo, esa extraña llave. Que así como pasó con el pedazo de tela, esta tampoco debía ser una simple casualidad. Descubriendo y confirmando sus otras dudas, para su reiterado asombro. Esa llave, encajó a la perfección en la cerradura de bronce y la abrió asimismo sin ningún tipo de esfuerzo.

Esas coincidencias, ya le empezaban a asustar. Porque no entendía como acabó metida, en esa relación peculiar de ayuda sin intercambio alguno. Y con alguien que ni siquiera conocía. Pero más le asustó, las porquerías que se encontró en el interior del baúl de esa rata traicionera de Francis.

Un montón de cartas comprometedoras.

Bothwell no solo saboteó a James, sino que asimismo fue en realidad el culpable de su asesinato. Fue él todo este tiempo. Ahora entendía porque esa desesperación, de ser el encargado de la investigación de su asesinato. Era para encubrirse así mismo e inculpar a Gordon tan suciamente. Este último hasta le confrontó en una de las cartas, si él había sido el ejecutor de ese crimen. En otras palabras, Francis fue verdaderamente el causante de que su reino se dividiera y se alzara en una sangrienta guerra civil. Donde además del pueblo, dos grandes familias salieron altamente perjudicadas y ella casi volviéndose demente de tanto miedo a que fueran a por ella y de tanto remordimiento.

Así de estúpidamente estuvo. Un simple hombre resentido pasionalmente, causó toda esa horrible y catastrófica desgracia. Cual guerra de Troya. Aunque no debía echarle la culpa totalmente, porque casi todo el trabajo intelectual provino de otro individuo.

La persona "poderosa" con la que según se intercambiaba correspondencia, era aquel mismísimo autor de la misiva que se encontró en Holyrood junto a esa atroz amenaza. El mismo que usa ese sello peculiar, de una daga apuñalando a un cardo desde lo alto. Este le aconsejó a Francis con detalle el truco del abrigo y le incitó con fervor a que realizase el mismo. Solo excepto para lo del asesinato.

¿Con que propósito? No lo sabía.

¿Ambos se conocían? Tampoco lo sabía.

Solo una cosa sí sabía, que esa persona si buscaba perjudicarla a ella y a su reinado.

Pero ¿quién? ¿Un noble? ¿Un inglés? Seguramente era este último. Por el tema de sucesión. ¿Ahora confabulan contra mí, manipulando a mis propios lores, para que estos me engañen y me manipulen igualmente?

¿Así de extremos están llegando estos personajes ambiciosos y sin rostro?

Catalina quedó enajenada sobre su asiento, mientras sostenía esos papeles entre sus manos. Sin ser capaz de aun procesarlo.

—Apenas escuché me vine hacia aquí —dijo Erik, entrando al lugar. Donde ya estaban, la señora Little y sus tres damas—. ¿Es cierto?

—Y no solo eso —contestó aun ida, entregándole los escritos para que leyera.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora