58. Un infigurable

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¿Se habría pegado un buen golpe en la cabeza antes de venir o se había vuelto demente?

—Y sé que vos sentís lo mismo por mí.

Definitivamente sí.

—¿Disculpa? —se descolocó en sobremanera.

—¿Para qué negarlo más? Es así, vos siempre habéis tenido inclinación oculta por mí. Lo que os justifica todo. Y, yo por ser ciego y lento nunca lo comprendí hasta después.

—¿Qué después? ¿Qué inclinación? No seáis...

Ernesto comenzó a acercársele.

—Esa preocupación excesiva, la forma en como siempre os molestaban mis aventuras, las veces en que vos siempre aunque era atrevido buscabais mi compañía a solas, pasando casi todo el tiempo posible juntos. Mi título nobiliario, aparte de mi gran cargo de Estado. Como el hecho de vos siempre insinuabais, en son de broma que si tuvieseis que elegir a alguien de esposo seria a mí.

—¡Vos lo dijisteis fue en son de broma!

Catalina apretó las manos en el aire con desesperación. Al igual que descreída.

—¡Ernesto! No puedo creer que os estéis haciendo todo un vil disparate, con algo que siempre ha sido como es y sin más. Amistad —remarcó—. Porque así os he visto siempre, como mi más grande amigo. Y un ser que estimo mucho. Y como tal siempre me he preocupado tanto, hasta podría decir de la misma forma en que lo hace vuestra madre. 

—Ay, Catalina. No vayáis con lo mismo.

—Como ella, yo solo quería que fueseis por el buen camino y maduraseis. Para que no terminaseis por ahí con alguna condición por vuestra promiscuidad. Así como le pasó a mi padre, o que llegaseis a cometer un error inexcusable como... ¡el de ahora! ¡Este!

—Pues para mí no parece tan así, disculpad.

—¿Qué no? —alegó la joven—. Si os referís a lo demás, recordad que nosotros siempre hemos sido afines y nunca nos ha importado el qué dirán. Pero yo nunca lo hacía con doble y vil intención, sino por diversión y travesura. Una que compartíamos juntos, y que por eso nos hacía tan unidos amistosamente.

Este se le acercó un poco más.

—¿Quién pone las excusas ahora? —preguntó convencido, espeluznantemente convencido—. En serio no sabéis como me arrepiento de no haberme fijado antes. Hasta que mi propia hermana me lo hizo entre ver y reflexionar de que tal vez vuestros sentimientos, siempre han sido correspondidos por mí en el interior. Por eso, es que no sentaba cabeza nunca y mantenía la idea ajena de esperar por....

—Callaos ya. ¡No sigáis con tal vil disparate!

¿Estaría ebrio? Si, así debía ser. Puesto que era la unica explicación lógica que encontraba. ¿Quererla? Eso era imposible, le conocía y la verdad debía estar ocultando algo más. Buscando la excusa perfecta para zafarse del asunto de Mariam. ¿Quererlo ella? Ja, jamás. ¿En qué cabeza podía caber ello?

—...la persona indicada que llenara ese insatisfecho hueco que parece yacer en mí. Ojalá y no me hubiese tardado tanto, así desde un principio ambos hubiésemos podido encontrar la manera de romper vuestro compromiso y evitar vuestra boda y...

Eso si le comenzó a enervar a creces.

—¿Ahora os atrevéis a hablar de un asunto tan íntimo y que es ajeno? —con un empuñe, su paciencia estaba llegando al borde como su línea impuesta entre confianza e insolencia—. Tened cuidado, McLean.

—Lo hago, porque no hay nada de intimo o ajeno. Se perfectamente que vosotros sois nada más un matrimonio de palabra y papel, Lady Mariam me lo contó. Y era lo que yo remotamente ya me imaginaba aunque no me lo confesasteis en confianza. Porque aunque parezca todo lo contrario ante las miradas de todos, es solo una farsa de apariencias y nada más deber. Es por eso, que habéis mandado a hacer esos vitrales, le disteis un cargo y lo habéis cuidado intensa en su recuperación.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora