51. El arte de la pasividad

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La joven monarca tuvo que morderse la lengua fuertemente, para que no se le saliera preguntar la causa hasta el cansancio. Eso era algo que solo a este la concernía, como contarlo o no, y que a los minutos de no parar de observarla, dedujo que si era accidental.

Por la forma tan irregular que poseía.

Dejando de lado ello, luego de un rato Erik le planteó prudente, solo porque ella le sugirió y permitió, varias sugerencias que se podrían agregar o cambiar en los planos. Como una pequeña biblioteca bien abastecida en una zona que sobraba. A Catalina, ya se le había ocurrido algo similar, pero lo pensaba porque no era concebido en las escuelas públicas.

A lo que el otro le respondió: "¿Que importa ahora? ¿No estamos a comienzos del nuevo siglo, el diecisiete, y bajo la mano de una gobernanta joven y mujer? Puede ser Escocia pero vos podéis cuanto queráis para bien y avance su Gracia." Eso solo le hizo extasiarse más de él, como volver a darle remordimiento, por lo mal que le ha tratado, tal cual otros están sin cesar haciendo y a pesar de que ya se ha disculpado tanto, pues gran excelencia de personaje había en él.

Quizás, no la de un posible o un gran nato gobernante, pero si la de un perfecto Consorte. Del cual acudís sin miedo a por un consejo o una complicidad, sin que eso luego eso se convierta en algo en vuestra contra y como un beneficio malicioso para el otro. Y no podía estar mas que agradecida. Por lo que no importara cuanto se entrometieran otros, no lograrían nada. Sino solo hacerlos unir más.

—...Aun sigo sin creer lo que os he descubierto —pronunció Catalina aledaña a su asiento y en el comedor a la mañana siguiente—. ¿Por qué yo no sabía de eso?

Como era su costumbre, la joven asimismo no pudo contener el ponerse a curiosear sus aposentos. Puesto que, apenas una vez había entrado en ellos, pero a penumbra viva y por estúpidas razones que ya no deberían darle sentido. Ahora pudo ser capaz de apreciar, la hermosa decoración. Que iba de esplendidas cortinas en azul oscuro con detalles dorados, maravillosas alfombras, pulcras sabanas y detallados muebles de madera. Como varios radiantes cuadros en las paredes, que le llamaron en demasía la atención.

Eso sin duda hacia ver a las demás estancias, y mas a la suya, como de tres siglos atrás, según porque lo clásico era mucho mejor.

Pero ahí no acabó, su curiosidad llegó hasta uno de los cajones de la mesa —El cual estaba casualmente abierto. Si casualmente— Donde encontró una libreta delgada de cuero. Que revelo y explicó nada más ni nada menos, por qué manejó el carboncillo con semejante destreza, cuando ella le pidió que agregase con cuidado lo de la biblioteca, creyendo que haría un mal trazo. Él dibujaba. Y para nada de cualquier forma como aficionado.

Desde la pequeña laguna que estaba al lado del bosque donde fueron a cazar, hasta ciertos paisajes que eran de los lares del norte, cada simple como especial trazo, era exquisito. He ahí una maravilla más de tal.

—Nunca preguntasteis —contestó sereno.

—¿Y yo como cielos iba a saberlo?

—Pues, la primera que hablamos os mencioné que mi preferencia personal eran las artes.

Si, y ya se hacía una idea, pero no así.

—La palabra arte es muy extensa, Erik —tal vez nunca llegaría el día en que parase de asombrarse con él, como de darse cuenta de que casi no le conocía nada. Pero era por él y su casi irrompible reserva—. Ya de verdad, decid, ¿cómo habéis obtenido tal aptitud?

—Creo que os ha pasado. Que, a veces para omitir varias cuestiones que suceden en vuestra vida o en vuestro alrededor, os concentráis en una afición de vuestro gusto —tenía razón, a mí siempre me gustó la literatura pero después de los ocho años y en base a lo que pasó, le agarré más que afición—. Y este el mío. Siempre me gustó el arte. Sus influencias en la historia, sus más destacados exponentes, todos sus ámbitos. Pero no solo quería admirarlo a través de las paredes, quería saberlo y practicarlo tambien.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora