—Mi señora... vos ya le queréis y de verdad —susurró atónita y con iluminación la dama.
—¿Espera qué? No, no pongáis palabras en mi boca, Lady Mariam. ¡Yo no he dicho eso!
—¿Entonces por qué os habéis ruborizado tanto, cuando hablabais de cuanto le añoráis? —la monarca tocó rápidamente una de sus mejillas con bochorno—. Y también las cosas que le añoráis. Su Gracia, ¿por qué no queréis admitirlo? Vos ya tenéis sentimientos por el Príncipe. Y unos muy vehementes, profundos y sinceros. Ya le veis como vuestro esposo.
—Eso no es cierto —su respirar acreció más.
¿Por qué seguía negándolo?
—¿De verdad no es cierto? Con todo respeto, ¿en serio queréis pasaros el resto de vuestra vida sola? ¿Y solo porque no queréis romper vuestros principios? Porque aunque muchos pasemos a vuestro lado a diario, ninguno se compara a la compañía que os hace y os va a hacer el Príncipe. Él es vuestro compañero. Quien va a estar a vuestro lado por siempre.
—Ahí radica. ¿Por qué tanta turbación sobre la soledad? ¿Por qué es un problema?
—Decidme lo vos —se encogió de hombros, ya abusando un poco de la confianza—. Yo solo trato de deciros que no perdáis el tiempo, ya que puede que os arrepintáis más adelante.
—¿De qué se supone que me voy a arrepentir? —solo la confundió más.
—Arrepentiros de no haberlo admitido, ni intentado. La vida es muy corta, mi señora, y a veces no debéis pensarlo mucho y solo lanzaros, sin pensar en que si vais a caer. Porque puede ser que voléis —dijo esta, con peculiar convicción. Como si ella fuese la mayor experta en los temas del corazón.
Lo que me hace remembrar, que, ya días que le voy notando como cierto y extraño cambio. Ultimadamente es la que más se me emociona al recitar poemas... ¿Ahora a que juega?
—Eso no tiene nada de lógica.
—Y eso es lo que hace bonito, incompresible y único a el amor. Pero aparte, sabed que en el mundo rondan discordias. Tal y como esa mujer francesa. La que nos contasteis que fu...
—Mariam, no os sobrepaséis —su nariz ya estaba haciéndose pliegos—. Ni siquiera menciones a esa mujer en mi presencia.
—Disculpad, pero si vos misma la habéis dejado viviendo aquí en Escocia. En Stirling, señora. ¿Qué tal y esa mujer pretenda algo más que solo trabajo? ¿Qué tal si trata de volver a seducir a su Alteza? El podrá ser todo lo que queráis pero es hombre al cabo, ¿no?
El rostro de la joven monarca, empezó a hacer en silencio varias muecas de suma molestia.
—Eso es imposible, oísteis. Erik no me engañaría ni con esa ni con otra. Y no lo hará nunca. Porque él no puedo hacer tal cosa.
—¿Por qué no puede? —la rubia estaba cruzando la línea—. ¿Por el voto de fidelidad? ¿Por no ser encontrado culpable de adul...?
—¡Porque él es mío! —espetó Catalina, elevando la voz con severidad y rudeza—. Y si está bien, lo admito, quizás si tengo sentimientos más que armoniosos por Erik.
Agachando inmediatamente los ojos al pasto, repitió en su cabeza las palabras que acaba de expresar. Había perdido todo absoluto control. Pero está perdida de control era distinta a la acostumbrada. Esta fue como de liberación. Al parecer, así era cuando el corazón se da voz por sí solo, después de estar mucho tiempo siendo amordazado. Y eso le aterró mucho, pues no era para dar alegría.
—¡Lo sabía! —murmuró la rubia, cambiando su semblante y tono—. Es que es tan evidente. Y lo fue más desde el momento en que empezasteis a decir cuánto y que le añora...
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Coronada en Gloria ©
Historical Fiction¿Qué hubiera sucedido si... María Estuardo en lugar de dar a luz a un varón, en realidad fue a una niña? Catalina Estuardo es la joven monarca de la Escocia de finales del siglo XVI. Una repentina noticia cambiará el rumbo de su zagala vida de tan s...