66. Manto de sangre

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—Señora, no queréis que hablemos de...

—Mariam, ahorita no tengo cabeza para nada que no sea Jacobo, ¿sí? Necesito evitar esto.

Nadie de los tres le cuestionó, acataron diligentes. Le prepararon un carruaje y una liviana escolta para protección. Gracias al cielo, según le informó Mariam, Erik se encontraba encerrado en su despacho. 

Seguro trabajando en el proyecto de las monedas. Haroltt se había quedado esperando que el guardia despertase y le rindiese explicaciones. Y su nana en una sala bordando tradicionalmente, junto a sus otras dos damas. Esmé, ciertamente debia estar en esa plaza. Obligado o no, la iba a escuchar. 

Todos lo harían, y firmemente.

—¿Es decir que le perdonareis la vida?

La dama desató la interrogante.

—¿No es evidente? Por eso necesitamos llegar ya mismo. Tomaremos la ruta del bosque.

—¿No es como que muy solo ese paraje?

—No importa. Aun no anochece, tranquila —tenía razón, pero no era instante de temores y cavilaciones, aun cuando Jacobo siempre solía ser el que la acompañaba y protegía.

Por ello, la joven debia hacer lo mismo ahora.

Porque a Jacobo no, a él no.

—Veo que estáis decidida a perdonarle por...

—La vida sí, porque considero que es excesivo. Pero completamente... aun no sé.

No mientras no sepa toda la verdad. La verdadera razón de todo este espectáculo.

—Pero es un avance, mi señora —dijo Mariam—. Que demuestra quien sois en verdad. Una monarca que no necesita ni pretende sacar de su camino a todo aquel que le estorbe. O sospeche del mismo, para ser más fuerte. 

—Quizás, más faltaba convertirme en una Isabel Tudor. Que hace y deshace lo que se le plazca, por conveniencia o por egolatría.

Los niveles de tensión de Catalina iban a explotar. Sabía que iban rápido, pero sentía que no lo suficiente. A saber, desde hace cuánto se lo llevaron. A saber, que le estarán o le hicieron. Solo no quería llegar tarde, tener ese remordimiento para siempre clavado como una cruz sobre el pecho.

—Mi señora —la rubia deshizo su pensar—, si puedo aconsejaros es que os calméis un poco.

—No puedo —rascó su sien con agite—. No sé qué está pasando y me da pavor. Este no es un desafío, sino una pesadilla. Yo debo deten...

—Si, pero por lo menos hacedlo por él bebe.

Y su otra cruz salió a la vista. Y dolía más.

—Mariam, ya hablé. Yo no tengo cabeza...

—Si; no obstante, no podéis ignorarlo todo el tiempo. Y no podréis. Tendréis que afrontarlo tarde o temprano y frente a todos. Tendréis...

—Y esto es lo que el camino hacia mi glorioso destino me ha traído: Traiciones, sangre y familiares perdidos. E Inglaterra aún lejos.

Debia cambiar el tema a toda costa. No quería enfrentar eso por mientras. Aunque el mismo, reluciría con el pasar y no lo podía figurar.

—Pero no olvidéis tampoco lo que a la veis ganasteis: Coraje increíble, ascenso y amor.

—Mariam, hay que llegar a la plaza —entonó—. Para salvar a Arran de ser quemado.

—Su Gracia, es en serio. ¿O vais a decirme que os estáis lavando las manos de la responsabilidad? ¿Qué os estáis arrepintiendo de vuestras acciones? ¿De lo que habéis descubierto y vivido con él?

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora