39. La plaga

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¿Cuándo? ¿Cuándo voy a entender, que alterarme no me hace nada bien?

Si tan solo hubiese hecho el inhala y exhala con calma y varias veces, no estuviese ahora lamentando el desastroso y tonto incidente que cometió con Erik en esa cena. La cual los ha llevado a no dirigirse la palabra en días.

¿Será porque ambos son para colmo unos completos orgullosos o que ninguno sabía cómo volverse a hablar después de esa tan turbulenta escena? Saber y no interesaba. 

Porque Catalina únicamente se lamentaba.

Ya cuando iban tan bien y en principios de hacer su matrimonio armonioso, ella venia y cometía un grave desliz. Uno que al inicio no le pareció en absoluto mal, ni cuando recibió esa desastrosa e inesperada reacción. Porque su mente solo se estaba apelotando de puras imaginaciones peligrosas, dudas agobiantes. 

Donde solo se repetía un nombre: Jeanette Lanusse. Esa... francesa que ella desconocía todavía, aunque prácticamente habita bajo su propia nariz. Encendiendo aún más su interior. Si, había dicho que confiaría, que borraría esas cosas, pero le fue imposible. 

Malhumor, describe a la perfección como pasó lo sobrante de ese día. Sofocándose y torturándose ella misma, mentalmente. Y que para cuando llegó la noche, esa cena, se puso peor. No estaba para nada escuchando, solo maquinando. Maquinando en: Traición, traición y más traición. Sus adentros querían reclamarle, conocer la verdad, aclarar sus dudas ya por completo, pero no lo hizo. En su lugar, le ocurrió otra cosa más inteligente...

—Norwood, ¿por qué las candelas en los aposentos de su Gracia, no han sido ya cambiadas? Mas bien... en todo el Castillo.

—No es por descuido nuestro, señora Little. En la mañana fuimos temprano a buscarlas al depósito pero, dijeron que aún no había venido el nuevo encargo para toda la corte.

—¿Aun no ha venido? Pero, si siempre los encargos vienen con exacta puntualidad.

¿Por qué? ¿Por qué lo he hecho? No dejaba de repetirse en su cabeza, al sopesar en cómo fue capaz de ocurrírsele proponerle a Erik, que fuese su secretario personal. Solo para mantenerlo de una manera sujeto a su entera compañía y bien vigilado, aunque a la vez útil. Él no lo creía y pensó que era una broma, pero luego al ver que no se enojó y mucho. Porque creía que ella, aun con todo lo ya hablado y de cómo se sentían, seguía buscando formas de denigrarlo. Siendo la cereza que este se pusiera de pie, dispuesto a irse como si nada, y que ella se lo denegase al no haberle solicitado antes su permiso. Obteniendo que la desafiase más y se fuese. 

Para dejarla muchísimo peor que antes.

Era un hombre muy volátil cuando quería, como muy, muy difícil. Él más difícil con el que le ha tocado tratar... Ya no sabía qué hacer. Su intención sinceramente no había sido buscar eso, ni creyó que se lo iba a tomar tan así. Pero todo le salió mal a causa de sus desconfianzas y su tonta alteración, ¿qué le iba a sorprender? Y, ¿por qué le costaba tanto confiar en Erik? Él ya le había recalcado, y terminantemente, que no había hecho nada deshonroso; y ella aun pensaba lo mismo. 

Pero y entonces, ¿adónde había ido? ¿Con quién y a qué? Y, ¿¡por qué le molestaba tanto!? Porque de cierto, su interior, ya no solo se refería a la alteración de dignidad.

—Y así es, sin embargo, el problema fue que encargaron del tipo de cera que no usamos.

—¿Cómo que el tipo que no eran, Knox?

—Así explicaron. Y, no solo eso. También se han cometido más equivocaciones en las compras para mantenimiento, y en el servicio. Ahorita este está hecho un caos.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora