45. Una desfachatez

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Las grandes puertas se abrieron de par en par y los hombres se pusieron de pie al momento.

—Hace un tiempo vosotros decidisteis sin mi consentimiento, que ya no podía salir. Que me quedara recluida en propio Castillo. Por seguridad. Y ahora resulta que... ¿¡Cómo diablos es posible que Bothwell se haya escapado de una celda aquí en el Castillo!?

Dio dos pasos, con la mirada feroz en ellos.

—Y no es lo único, Su Gracia —Lord John, fue el primer valiente en alzar la voz—. La mano derecha de Bothwell fue encontrada muerta. Y también los dos guardias a cargo de ellos.

—Esto es el colmo... Primero lo del retrato y ahora esto. ¡Se supone que vosotros sois los que veláis por mi bienestar y seguridad!

—Esto se nos escapó de las manos, señora. ¿Quién pensaría que ocurría tal desventura? —trató de justificar prudente, Sir Alexander.

—Tal vez, pero eso no justifica el tema de la seguridad —dijo Catalina, andando a su lugar. Pero no se sentó—. ¿Qué se sabe hasta el momento? Espero que al menos tengáis eso.

—Al parecer fue un trabajo muy meticuloso —habló Lord Robert—. Los cuerpos que se encontraron muertos no tienen señales de forcejeo o riña. Y tampoco hay pistas del paradero o siquiera salida de Bothwell.

—Lo más seguro es que esto haya ocurrido a altas horas de la madrugada, cuando todos estaban descansando —especuló el barón.

—Pues al parecer, no todos —matizó ella.

—¿Será posible que Bothwell lo tenía planeado desde un comienzo, como precaución? —comentó Lord Sloan—. No es tan descabellado. Tomando en cuenta que, tiene una buena cifra monetaria a su poder.

—No, un trabajo así de limpio no puede venir de él —no según lo que se halló en ese baúl.

—¿Entonces? —preguntó Lord Edom.

—Mas claro no puede estar, alguien le ayudó. Un alguien poderoso —apuntó el Duque.

—El personaje del sello peculiar...

De la impresión, tuvo que sentarse.
Haciendo lo mismo, los demás seguidamente.

—¿Quien, su Gracia? —inquirió Sir Gavan.

—Hace un tiempo, durante mi última estadía en Holyrood y aparte de lo tan funesto ocurrido, encontré en mis aposentos una... misiva. Que al verla más de cerca, vislumbraba un peculiar sello. Una daga apuñalando desde lo alto a un cardo. Ya se podrán dar una idea. Y no solo eso, al abrirla encontré un macabro dibujo y una, amenaza. Donde me llamaban usurpadora... Lo peor es que no ha sido solo una vez. Ayer, volví a recibir la misma misiva junto a lo del retrato. Y en el baúl que iba a presentaros hoy, donde se encuentran pruebas directas de los crimines de Bothwell, descubrí también, varias cartas estampadas con el mismo sello. Donde el sujeto le daba instrucciones de que hacer, con respecto a la intriga de Moray.

Y al parecer se la volvieron a hacer.

Querían nuevamente aterrorizarla, mantenerla sujeta a las sombras y cavilaciones de su propia mente. Y aunque esta se fijó no detenerse por nada ni nadie del mundo, vagamente si la estaban desestabilizando en lo más profundo de sus emociones mortales. No querían rendirse. 

Esto, ya no era un juego de amenazas e intrigas, era confabulación. Una entre muchos. Necesitaba sus propios refuerzos.

—¿Por qué no nos habíais comunicado esto, señora? Se escucha demasiado delicado.

—Yo... creí que ya lo sabían, Lord Robert —se defendió, algo impactada—. La primera misiva se la entregué a Jacobo y aunque la destruyó, creía que se encargaría o les avisaría a vosotros. Y... —miró a su lado derecho—, ¿dónde está el Conde por cierto?

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora