Ella exhaló profundamente.
Todo aquel aire contenido con tanta fuerza, se desvaneció completamente, cuando el último cordón de su fastidioso corsé fue desatado. Observando poco a poco como toda su fina indumentaria iba cayendo hacia el suelo; dejando desabrigado a su cuerpo desnudo.
Pequeños escalofríos comenzaron a recorrerla en cada rincón de su silueta debido a los silbidos airosamente bruscos que vienen junto al final del mes de octubre. Pero rápidamente, se deshizo de todos aquellos temblores, cuando sus damas prosiguieron a colocarle sus ropas holgadas de dormir.
Mientras se trenzaba ella misma su largo cabello como es de costumbre, aún era capaz de escuchar, el sonido de los murmuros, las risas jocosas y el alto chirrido de la música, proveniente de los pisos de abajo, donde parecía que la fiesta no tenía ni la más mínima intención de terminar pronto.
Vaticinando segura que, en la mañana encontraría a decenas de hombres tirados de ebrios en cada pasillo y escalón del Castillo. Aunque eso era lo menos que le importaba. Después de haber escuchado tan emocionante anuncio por parte del duque, temiendo perder, la poca compostura que le quedaba frente a todos, se retiró bajó la excusa de que tenía una repentina fatiga, y en parte no mentía. Una muy densa bruma le estaba cansando, pero no a su cuerpo, a su alma.
Sus damas, Lesly y Mariam, no dejaban de cuchichear a sus espaldas sobre lo maravillosa que fue la fiesta y de cómo les molestaba las criticas susurrantes y juiciosas de una noble invitada, respecto al baile y el giro final, porque según ella, eso parecía más una escandalosa Volta que una Gallarda.
¿Le interesaba saberlo? Pues no.
Rodando una vez sus ojos, pasó a observar con gran denuedo, su limpio reflejo en las aguas de la palangana sobre su tocador. El redondeo de sus ojos tan peculiares, como el finamente arqueo de sus cejas pelirrojas casi invisibles, golpeteaba otra vez su mente como un trueno con la imagen de su madre, y también en combinación con la de su padre, al mirar la palidez tan cadavérica de su suave piel y el matiz bastante singular de su mirada.
Catalina no tardó en borrar tan mortificante recuerdo. Con ambas manos, continuó a tomar un poco de esas frías aguas, y enjuagó con lentitud su rostro. Esa sensación de templanza escurriendo sus facciones casi hizo que soltara un fuerte suspiro como de... alivio. Al cabo de unos segundos, su dama Edine silenciosa le ofreció un paño de lino para que se secase. Sin ganas de deshacerse de tal extraña sensación, agarró lenta el paño.
—Mi niña, ¿por qué no nos acentuamos un par de días en Holyrood? —dijo la señora Little acabando de entrar en los aposentos.
—¿Holyrood? —se sorprendió de tal propuesta. Y más por quien la sugería.
—Si, Holyrood —aseguró tranquila; normal.
—¿En conmemoración de qué? —inquirió la joven monarca, terminando de secarse los pequeños restos de agua sobre su cara.
—Por nada oficial, sino solo por un mero encuentro de cacería en honor al príncip...
—Hablaremos de eso mañana, si —espetó precipitada y con mucha tosquedad.
Ya se lo preguntaba ella. ¿Por qué su nana estaba haciéndole tan repentina y extraña propuesta? Con ese tono tan... sutil, típico de su persona meramente persuasiva. Ella que siempre se queja de los aires de Edimburgo, porque dice que le provocan unas fuertes alergias, y también de cuanto le fastidia el sobresaliente moho de las paredes de ese Palacio debido a la humedad. Y a sabiendas también, de que ya tenía un tiempo de no salir de Stirling y ella sabía exactamente la razón del por qué. Pero aun así, no debió haberle contestando de esa manera.
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Coronada en Gloria ©
Narrativa Storica¿Qué hubiera sucedido si... María Estuardo en lugar de dar a luz a un varón, en realidad fue a una niña? Catalina Estuardo es la joven monarca de la Escocia de finales del siglo XVI. Una repentina noticia cambiará el rumbo de su zagala vida de tan s...