23. El respeto y la verdad

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—¿Estáis seguro? —preguntó con firmeza, recobrando a como pudo la postura.

Con tanto infortunio en derredor, se había olvidado en investigar a este y su pasado.

—Si, sino no os hubiera molestado con eso.

—¿Efímero o perdurable?

—De eso si no tengo conocimiento, pero... no os preocupéis con eso, fue en el pasado. Como en el de cualquier príncipe soltero y hombre noble. Todos sabemos muy bien que desde que vino el príncipe aquí, solo ha tenido ojos y una devoción tan notable para solo con vos.

Sin tan solo supiera la verdad, y de cómo todo eso es mentira.

—De eso no tengo ninguna duda... —casi se muerde la lengua al pronunciar aquello.

—Pero es que no puedo entenderlo. ¿Cómo rayos acabó en el servicio de la duquesa de Guisa? —se preguntó Esmé en voz alta. Irritando más el interior de la monarca.

—Bien, haced lo que me habéis recomendado. Buscadle una residencia en la ciudad a mi tío. Lejos mejor. Lo menos que necesito en estos momentos es que se inic... inventen esa clase de idiotas rumores. ¿Habéis entendido?

—Si, Madame. Como digáis siempre.

—Bueno —forjó de nuevo la sonrisa perfecta—. Que se inicie este almuerzo de una vez.

Antes de pasar a su respectivo asiento en la mesa principal, ella no pudo evitar volver a ver de reojo a esa mujer. Una o dos veces.

El almuerzo comenzó a transcurrir con normalidad y todo parecía ser un éxito. Los músicos tocaban alegres melodías, la gente reía y cuchicheaba y la comida estaba deliciosa. El ambiente podría decirse que era perfecto, menos para ella. No sacaba de su mente esas palabras de Esmé. Se le repetían extrañamente a cada rato, irritándola más. Quizá se debía a que odiaba que le faltasen el respeto y le tratasen de mancillar el nombre de su persona. Si eso era. Porque claramente no se debía porque se sintiera... celosa.

—Duque, perdonadme si no pude saludaros antes. Me alegra mucho volver a veros por estos lares, como también contar con la grata presencia de la duquesa —habló Esmé.

—Tengo que admitir que una vez que venís a Escocia, os es imposible no volver de a venir a tan magique tierras —dijo sonriente Guisa, mirando cínico y discretamente hacia algunas de las mujeres nobles de la corte escocesa.

—Comparto el mismo pensamiento, mi estimado. Y con eso espero que podamos estrechar una fuerte relación que pueda ir, Dios mediante, más allá de solamente la...

—Querido compatriota —le detuvo tomando su copa entre dedos—, veo que ya se os contagiaron las costumbres de por aquí. Estamos en un cálido almuerzo de bienvenida, no en una reunión mordaz para tratar sobre negocios y asuntos de política... ¿Verdad, ma chère nièce...? ¿Os acordáis de mi hermanito Claudio, el que vino conmigo la vez anterior? Pues él os envía saludos.

—Si, lo recuerdo. Como también que tenía dos pies izquierdos —respondió un poco distraída. Sin embargo, eso no evitó que se acordase de su familiar Claudio. Como olvidar las veces que le pisoteó agresivamente los pies y hasta la falda mientras bailaban juntos.

—Y los sigue teniendo —se carcajeó sin dejar de mirar a las mujeres, pero ya no de una forma discreta, sino una muy descarada.

La verdad es que los hombres y sus acciones son repugnantes.

—Lo veis —le susurró Henriette a Catalina, quien se había sentado a su lado derecho.

—¿El qué...? —dijo la joven monarca, terminando de tragar un bocado.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora