57. Compungir

153 7 4
                                    

En suspiro ahogado, Catalina bajó el rostro.

—¿Entendéis? Hoy por poco he perdido insensatamente mi honor. ¡Lo hubiese hecho si algo no lo hubiese impedido! ¡Y en vano! ¿Cómo creéis que puedo seguir aquí o estar otra vez ante vuestra presencia? No puedo... 

—Mariam... —quiso hablar pero no la dejó.

—Pero aunque me vaya... no quiero que os quedéis con el pensamiento que lo hubiese hecho con intención sucia y mala, porque así no fue. Todo paso tan rápido y me he nublado pero, por un segundo creí que al final de todo él se casaría conmigo y que por eso no valía tanto el peso de mi deshonor. Sin embargo me equivoque de la peor manera y... Os lo juro que así fue, mi señora, no vayáis a repudiarme... —en su desesperación, pretendió arrodillarse ante Catalina y agarrarse del ruedo de su falda marrón.

—No, mujer —la levantó inmediatamente, pudiendo observarla al fin frente a frente. Esos zafiros ojos estaban fulgentes debido a la agresiva tonalidad roja que los rodeaba. Su rostro mostraba verdadera vergüenza y a la vez inmensa sombra de dolor—. No necesito que hagáis tal cosa, nunca. ¿Oísteis? ¿Eh?

—¿Cómo no? —soltó más lagrimas—. Si...

—Os creo. Y... si ya puedo hablar, sabed que sinceramente no estoy enojada. Ni con vos.

—¿Cómo que no estáis enojada, y conmigo?

La joven monarca reafianzó la toma de sus manos. ¿Tan colérica era para que creyera eso? ¿Tan insensible para no ser capaz de comprender lo que el corazón les hace hacer? Pues tenía más que motivos, pero si era honesta, aunque estaba más que sorprendida, no estaba nada enojada, como ya ha dicho.

—Porque os conozco. Sé que no lo hubieseis hecho si no creyeseis realmente que os amaría y que habría un futuro juntos —pensando palabra exacta, mordió ligeramente su labio inferior—. Como humanos que somos tendemos a errar, y casi siempre por lo que sentimos. ¿Pues quién es capaz de controlar al corazón? Nadie. Y más a uno zagal. Por lo que a todos nos llega un momento donde lo comprendemos. A veces de buena manera otras de mala. Pero siempre sin poder escapar. Y... sí fue muy incorrecto. Y aunque no me enojé, si siento algo de decepción.

—Lo entiendo. Sé que esperabais más de...

—No específicamente de eso, sino vuestro silencio. Creí que todas éramos amigas y nos teníamos confianza. Si me hubieseis dicho desde el principio lo que estabais sintiendo y pretendíais. Os hubiera podido ayudar. 

—¿Cómo creéis? —siseó exaltada—. ¿Cómo podría, poneros carga a vos con asuntos que son infructuosos y absurdos, cuando tanto estáis ajetreada manteniendo sola un reino?

Esta sí que era la noble de las nobles.

Y le dolía tanto que alguien se hubiese atrevido a lastimarla de esa manera. Con lo que ella consideraba tan preciado, los sentimientos. Porque eso seguro pasó.

—¿Qué os hace creer que vuestros asuntos me resultan infructuosos y absurdos? Mariam, sé que soy vuestra señora y soberana, y que más ahora suelo pasar muy ocupada, pero, eso no quiere decir que si vos me buscáis por algo que os aflige o es para vos de suma importancia, no pueda hacer tiempo para escucharos y atenderos. 

—No es solo por eso, Su Gracia...

—Y si también es por vergüenza o miedo del que diré por lo dura que suelo ser, como lo estricta religiosamente, sabed que tampoco. Porque a pesar de todo, somos jóvenes de casi la misma edad y a mí también me afligen y pesan cosas iguales. Por eso yo entiendo.

—Entiendo que es prácticamente lo mismo, pero vos jamás hubieseis cometido igual...

—Quizás. Aunque la verdad nadie esta absuelto de cometer tal desliz y mentiría si digo que no es un hecho más que común en nuestra clase. Aunque repito, no está bien ese accionar —sentenció, viendo a las otras dos damas que yacían pegadas a la pared. Una con la cara anonadada todavía por lo ocurrido y la otra solo tensa—. Pero al final no lo cometisteis, tranquila. No convenía.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora