46. Tiempos de añoranza

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Un mes después

Tal y como lo predijo Ernesto McLean, las interrogaciones acabaron en ese mismo día. Pero no como se imaginaron, y mucho menos como se esperaron. A ellas faltó una persona. Su culpable. Según detalles, uno de los sirvientes encargados de cuidar las puertas en ese piso, desapareció la noche anterior a la presentación oficial que hizo Vanson.

Este sujeto era uno de los últimos sirvientes, que contrató Lord Fow. Sin mancha y error, hasta ahora... Al parecer, persuadió a su compañero de puerta para que fuese a las cocinas por un bocado para ambos y engañó con falsa caballerosidad a la criada que apagaría las velas. De acuerdo con testigos de la servidumbre. Inmediatamente a eso, su recamara fue revisada minuciosamente. Encontrando abajo de su colchón un par de pañuelos manchados de pintura roja. Evidenciando su culpabilidad, y que seguro dejó sin cuidado alguno, por tratar de escapar junto a una provechosa recompensa.

Una que lastimosamente no le duró mucho, porque gracias a contactos del Sabueso dorado en el pueblo, se descubrió que esa misma noche fue a beber a una famosa taberna un hombre con la misma descripción a la de su rata vendida; y que portaba mucho dinero. Dinero que todos ahí adentro se percataron y por el cual al salir del establecimiento, le golpearon con ferocidad insólita hasta matarle. Solo por robarle.

O era una muy terrible casualidad o una muy maliciosa estrategia. Todo era posible.

El otro mozo en la bóveda, tampoco sabía nada más. Aparentemente, Evans era muy leal a su señor o le habían amenazado muy bien. Llevándolos a regresar al principio.

A la nada. Nuevamente.

La joven monarca ya no se alarmada ni se sorprendía. Ahora era creyente de todo. Desde el escape inaudito del Conde de Bothwell —que aún no se sabía nada tampoco— y desde la desfachatez de esa dame d'escorte que intentó chantajearla con pomposidad y sutileza. Aunque al final a esta última, terminó por acceder a sus peticiones con mucha resistencia. No por caer en su chantaje, sino para probarse y retarse a sí misma. Aunque era una ineficaz tontería. 

Sin embargo y reconociendo, no deseaba tener más escándalos en la corte; por el momento. Matar dos pájaros de un tiro seguía siendo su rito, aunque ya encontraría la manera de deshacerse de esa mujer, verdadera y esta vez sí para siempre. Porque truncaba indirectamente su... felic-vida.

—Tener a tanta Guardia Real rondando, ya me es un fastidio. Y la soledad un privilegio.

—Puede, pero es por seguridad, Lady Little.

—¿Seguridad, Lady Knox? ¿Pues qué hacían antes de todo esto, esos vagos incompetentes?

—¡Auch! —gimió Catalina, dejando caer sobre su regazo la aguja con hilo y la manta con aro—. Me he pinchado. ¡Otra vez, nana! ¡Otra!

—Es por eso por lo que usamos un dedal —se lo mostró. Y el resto de las damas también.

—¿¡Y por qué hasta ahora me doy cuenta!?

—Siempre os lo hemos dicho, mi señora —dijo Mariam, retomando su hermoso bordado.

—Esto es una tontería —comparó el bordado de las otras mujeres, con el horripilante suyo—. ¿Cómo diablos es que caí en esto?

—Estos días habéis estado bajo mucha tensión y presiones y creí que si os invitaba a bordar junto a mí, os lo iba a quitar un poco.

—Nana, como no voy a estar con tensión y presiones, si estoy tratando de sacar a flote un reino que ni siquiera es mío completamente aun, mientras trato de encontrar a Bothwell y a un sujeto misterioso que es... ah, mi enemigo. Todo en medio de confabulación.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora