18. Tiodhlac brathaidh II

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—¿Moray? Llevábamos un buen tiempo sin escuchar ese nombre. ¿Qué es lo que pretende ahora Stewart? —acotó el Duque.

—Pues aparte de este abrigo, ha enviado también una nota o... carta más bien —añadió Jacobo, mostrando la carta ante todos.

—Leedla —ordenó Catalina.

El conde comenzó a romper el sello verde característico de la familia Stewart, y extendiendo el papel, se alistó para leerla.

— «Mi querida monarca.

Tanto mi esposa como yo, os felicitamos grandemente por vuestra boda. Aunque ciertamente, nos ha entristecido de gran manera no haber sido invitados a tal acontecimiento extraordinario y familiar. Lo que me llevo a meditar profundamente sobre un tiempo prolongado. Espero os guste mi presente, como símbolo de nuestra existente relación y como una petición, a que perdonéis las llagas del pasado, no solo vos, sino espero asimismo todos vuestros cercanos. Y que consideréis la posibilidad de reivindicar nuestros lazos, permitiéndoos prima, la grata posibilidad de que volváis a aceptarnos a los Moray en vuestra corte, en vuestro lado y en vuestro corazón. Como siempre debió ser.

Simplemente vuestro súbdito y querido siervo.

James Stewart,
el segundo Conde de Moray»

Aquello le había confundido más. Y parecía que no solo a ella. Todos los conocidos de la historia de cómo se dio la ruptura entre esa parte de la familia Estuardo, debido a las abominables intenciones de su tío, se asombraron ante tal muestra de devoción y a la vez petición desesperada de reconciliación. ¿Sería una trampa? Pero, ¿de quién? ¿De James o del hombre misterioso y espectro?

—Los Moray ahora pretenden regresar, que bien —murmuró Jacobo, enrollando la carta.

—Se debe reconocer que, sus palabras son muy... sugestivas —atribuyó Esmé, largando sus bigotes—. Hasta a mí me ha conmovido.

—Pues a mí no —discrepó Jacobo.

—A mí tampoco —discrepó también Little desde atrás—. No obstante, el regalo está precioso. Si algo he de reconocer del norte es que sus textiles son exquisitos. Qué pena, que su sincera petición se tendrá que ver empañada de un rotundo... N-O. NO.

Ellos tres rieron a carcajadas.

—De verdad son increíbles. Quieren regresar con todo lo que sucedió. Con todo lo que hizo su mayor patriarca. No tienen vergüenza. Como sea... ¿No queréis probártelo, señora? Pues, el hombre ya lo ha sacado del baúl.

La sugerencia de Arran, le erizó los vellos de su nuca. ¿Y ahora como salía de ese aprieto? ¿Qué debía hacer? ¿Contarles aquella suposición y descubrir la verdad entre todos o callárselo y descubrirlo ella misma luego?

Con una seña, el Conde le pidió al hombre que avanzara hacia la monarca, para que le entregara en sus manos el abrigo y se lo probase. Obediente, este empezó a andar. Cada paso era un martillazo con las palabras de aquel espectro. Sin aguantar su extrema tribulación, Catalina alzó su mano imponente ante él, deteniendo en seco el avance del mozo. Otra vez, el miedo era más fuerte que la razón. Eso causó que la preocupación lo invadiera al mozo y empezara a temblarle las manos mientras tanto sostenía el regalo.

—Jacobo, decidle al hombre que se pruebe el abrigo —ordenó Catalina, quitando su mirada firme del mozo para dirigírsela al conde, dejándolo desorientado como a los otros.

—Pero, Su Gracia no lo creéis...

—Solo haced lo que os he dicho ¡Es una orden! —vociferó, apretando sus labios ovales por lo exaltada que estaba—. Es principio, un Moray nunca resurge por benévolas razones.

Coronada en Gloria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora