Capitolo 52

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Me removí en el asiento abriendo los ojos para estirarme, había dormido por un buen rato y un relámpago me había despertado. Miré por la ventanilla del avión, surcada por gotas de lluvia, las nubes pasaban escuetas en un cielo completamente oscuro.

Sentí alivio y a la vez dolor. Por fin había llegado a Corea, estaba en casa de nuevo; y al comprenderlo, me sentí bastante lejos de mi corazón.

Dos horas después, el piloto anunció que aterrizaríamos por fin. Las luces en la ciudad brillaban con intensidad y desde arriba era hermoso. Por supuesto, era de noche. Los pequeños puntos de luz se fueron haciendo más grandes conforme nos acercábamos a Tierra. Cuando el avión aterrizó y puse un pie en el exterior del vehículo supe que ya no había vuelta atrás, todo había acabado; aunque hubiera acabado mal. Fui a por mis maletas y vi la hora en el reloj del aeropuerto. Eran las once de la noche con cuarenta minutos. El vuelo había durado un poco menos de las dieciocho horas previstas.

Salí al exterior, en donde el frío invernal arrasaba de una manera abrasadora y la lluvia caía furiosa sobre la ciudad, obligándome a abrocharme la chaqueta. Tomé el primer taxi a mi alcance, chorreando por completo cuando la lluvia me alcanzó.

—¿A dónde vamos?— preguntó el taxista habiendo subido mis maletas azules a su cajuela.

Le di mi dirección subiendo a la parte trasera del auto.

El taxi arrancó bajó la lluvia torrencial y me encogí de frío en el asiento. Parecía que este diciembre la temperatura era mucho más baja que en cualquier otro diciembre que recordase. El aliento salió de mi boca convirtiéndose en un vapor instantáneo. Mis labios fríos anhelaron algunos otros cálidos, su recuerdo vino a mi mente y ni siquiera me esforcé en bloquearlo, ya no tenía caso, ya no importaba, no tenía sentido.

Luego de media hora y ya pasada media noche, por fin divisé mi calle y la casa que me pertenecía. Por fin, allí estaba mi hogar.

—Aquí es— le avisé al señor para que se detuviera.

Se estacionó cerca de la vereda y me ayudó con las maletas de nuevo. Subí rápidamente para tomar algo de dinero para pagarle y cuando me hube quedado solo por fin en mi casa, comprendí que así estaba, solo. No tenía padres y ahora no tenía mejor amigo.

No tenía sueño, pero sí estaba cansado. Me cambié de ropa y deseché la mojada en una canasta para lavarla al día siguiente para a continuación acercarme a la ventana, con mi cabello aún mojado y una taza de chocolate caliente que me había preparado. Veía las gotas resbalar por el vidrio y cómo la lluvia se hacía visible al atravesar la luz de la farola de la calle. Me sentí vacío y entonces comprendí, aquí no era donde pertenecía; porque mi corazón se había quedado en Venecia y, como se suele decir, el hogar está allá donde está el corazón. Pero, ya no importaba; estaba dispuesto a vivir sin corazón lo que me quedara de vida.

Tenía que hacer de todo para mantenerme despierto durante el día, el dolor era bastante y eso ayudaba a que no tuviera descanso. Decidí desempacar, así mataría el tiempo hasta que fueran las diez de la mañana; aunque seguro tardaría más de dos horas en acomodar mis cosas.

Saqué primero toda mi ropa y la colgué de nuevo en el armario, eso me llevó un poco menos de una hora. Ahora sí que tenía sueño pero no debía dormirme si quería adaptarme a este horario, así que opté por llamar a Chenle. Era mi amigo desde que empecé a trabajar en la fotografía, lo había conocido y desde entonces siempre que alguna oportunidad se nos presentaba a alguno de los dos, allí estaba el otro apoyando.

Tecleé su número en mi móvil y esperé que sonara.

—¿Renjun?— preguntó meramente sorprendido.

Manual de lo prohibido   {Norenmin}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora