Capitolo 42

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Y ahora la imagen de ellos dos besándose no se borraba de mi mente, y tampoco lo hacía la estaca de mi corazón. Sabía que tenía que luchar contra ese recuerdo, ahogarlo en algún agujero de mi mente y llevarlo al olvido; pero entre más luchaba más perdía y más nítidos se volvían en mi cabeza.

Me dolía. No creía posible que cupiese tanto dolor en mi corazón. Aun cuando este parecía que ya no lo soportaba, era algo que seguía acumulándose más y más cada vez hasta volver el corazón un órgano pesado que se volvía insoportable de sujetar, cayendo hasta mis pies, dejando así tan solo un espacio vacío en la cavidad de mi pecho. Y dolía, dolía mucho.

Había amanecido rogando por no toparme con Jeno y, afortunadamente, ya había pasado casi medio día y él no había dado señal alguna de vida.

Decidí salir, así si Jeno me buscaba no me encontraría en el departamento. Apagué también mi celular, sólo por si acaso.

El aire fresco me pegó en la cara mientras intentaba resguardar mis manos en los bolsillos de mi abrigo. Había empezado el mes de diciembre y, con él, el frío austral. Caminé por calles que ya conocía y llegué a lugares familiares en los que ya había estado antes degustando su comida. En eso se había basado mi tarde, pero el dolor del día anterior aun estaba allí, en alguna parte de mi interior, esperando cualquier descuido para vencerme. La curiosidad me invadió de pronto al recordar a Jaemin, y en un intento de descifrar ese dilema, prendí mi móvil y marqué el número de Jisung.

—¿Renjun?

—Sungie, hola—musité.

—Holaaa~.

—¿Tienes tiempo para hablar?

—Claro, ¿qué pasa?

—Es lo que yo quiero saber, Jisung. Pasa algo con Jaemin, yo lo sé. Lo escuché el otro día hablando contigo de madrugada— confesé.

—Oh...— hubo un silencio después de su exclamación. Los silencios así nunca son buenos.

—¿Jisung? Sí sabes algo, dímelo, por favor— supliqué.

—Está preocupado— dijo con voz ronca.

—¿Preocupado por qué?

—Renjun, él no es tonto. Los cambios en la actitud de Jeno lo lastiman.

—¿Qué quieres decir?— pregunté, estaba al borde de caer en la confusión.

—Que él se da cuenta de que Jeno ya no es el mismo, de que su cariño parece acabarse y pertenecerle a alguien más.

Abrí los ojos desmesuradamente.

—¿Alguien más?— tragué saliva.

—Jeno te presta más atención a ti que a su novio, Renjun. Eso es muy obvio— dijo con voz severa.

—Pero...— no daba crédito a lo que mis oídos escuchaban, aun cuando ya me lo imaginaba—. Yo no...— balbuceé

—Escucha, Renjun. Sé que eres una buena persona, sé que serías incapaz de dañar a tu mejor amigo; y conozco también a Jeno, él jamás dañaría intencionalmente a una persona. Pero juntos parece que se les olvida eso— me reprendió.

—Pero yo no...

—Sólo te pido que no lo dañes— me interrumpió—. Él se fue porque le aseguré que no era nada malo, que Jeno tenía momentos así y le convencí de que ese viaje le relajaría, le dije que no pensara en eso.

—¿No le dijiste que...?

—Por supuesto que no. Pero te suplico que no le hagan sufrir, la última vez fueron muy obvios.

—¿La última vez?

—El domingo. Jaemin me contó que los vio bailando y eso aumentó sus sospechas que se negaba a creer. Él asegura que Jeno parecía más feliz bailando contigo que... con él.

—¿Qué... qué le dijiste?— pregunté con el corazón en pedazos.

—Que estaba loco. Pero ten en cuenta lo que te dije a ti, Renjun. ¿Qué vale más? ¿Una amistad de casi toda la vida o un amor prohibido?

Guardé silencio, la respuesta era muy obvia. Jaemin era como mi hermano.

—Tengo que colgar— me avisó—. Espero que no hagas nada malo ni dejes que suceda algo que pueda acabar dañándolos.

—Gracias, Jisung.

—No debería decírtelo pero Jaemin me...— se quedó en silencio.

—Lo entiendo, gracias— repetí con el hilo de voz que apenas y me salía.

Colgué la llamada y me percaté de que tenía una perdida. Era de Jeno. El corazón me rogó adolorido que lo ayudara. Sufría, sufría bastante. Apagué el móvil antes de que una llamada volviera a entrar y lo escondí al final de mi bolsa.

Esto estaba muy mal y era una carga que no podía soportar. Caminé queriendo perderme, deseaba tontamente que mis pies se despegaran del cemento y me llevaran volando hasta otro planeta, desaparecer, no sólo de Venecia... ¡De la faz de la Tierra!

[...]

La tarde pintó su crepúsculo y, antes de que el Sol se ocultara, su luz anaranjada iluminó el sitio al que había ido a parar. Reconocí aquel lugar y, con ello, Jeno apareció en mi cabeza. Era el bar-café al que él me había llevado el día del cumpleaños de su amigo Yangyang.

Yo odiaba esos lugares pero ahora lo único que me pasaba por la cabeza, además de Jeno y el dolor que pensar en él me producía, era conseguir una manera de terminar con el sufrimiento y la penuria. Armándome de un valor que no sabía que tenía arrastré mis pies hasta el interior.

Cuando me hube adentrado, caminé esquivando a todos los demás que bailaban al ritmo de la escandalosa música y llegué hasta la barra. El joven castaño detrás de ella parece que me reconoció, pues al levantar la vista se acercó a mí con una amplia sonrisa.

—¡Renjun, el amigo de Jeno!— elevó la voz para que pudiese oírlo y lo único en lo que encontré significado en esa frase fue en el nombre de él.

—Hola, Yangyang— farfullé sentándome en una de las sillas al borde de la barra.

—¿Te sirvo algo?

—¿Qué tienes para perder la conciencia?— pregunté y el río.

—Creí que no tomabas alcohol.

—Sólo dame algo que me sirva para olvidar— ordené frustrado.

Subito— alzó las cejas y me dió la espalda para recopilar varias botellas del estante.

La música me atronaba en los oídos y el dolor cada vez me hundía más el pecho. Había estado mucho tiempo esforzándome por proteger a Jaemin de patanes, engaños y ese tipo de cosas desde que había ocurrido lo de Hyunjin; y resulta que ahora era yo el causante de su dolor, de su desconfianza, y eso me dolía mucho más de lo que podía llegar a imaginar.

Debía irme de Venecia.

Insistía con eso porque era la mejor opción pero... dejar de ver a Jeno me costaría mucho.

Yangyang puso delante de mí un pequeño vasito y luego me sonrió.

—Salud— dijo con su acento italiano.

Sin contar los chocolates envinados, jamás había pasado por mi boca el sabor a licor, y aquel líquido transparente que reposaba en el pequeño vaso de vidrio me seguía pareciendo igual de repugnante que la primera vez que supe de su existencia. Sin embargo, en esta ocasión necesitaba de aquel embriagante líquido para que borrara parte de mi memoria, o al menos, para que el insoportable dolor disminuyera.

Manual de lo prohibido   {Norenmin}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora