Capitolo 30

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Me sonrió antes de mirar de nuevo el temible juego mientras yo seguía allí en sus brazos. Su delicioso perfume llegaba con intensidad hasta mis fosas nasales, inundando todo el aire a mi alrededor y produciéndome una agradable sensación en el estómago, transportándome a un mágico paraíso.

— ¡Genial! Seguimos nosotros— me sacó de mi ensoñación mientras me hacía avanzar detrás de las personas que emocionadas montaban los asientos para dos de la montaña rusa.

El estómago se me revolvió.

— Jeno... — mi voz tembló insegura y frené mis pasos inconscientemente.

Oí a las personas quejarse de mi repentina frenada pero yo solo prestaba atención a la gigantesca atracción que se alzaba ante mí, imponente. Aún no entendía por qué había decidido subirme. Ah, sí, porque Jeno no aceptó un no por respuesta y la fierecilla me impulsó a hacer esta locura con tal de contentarlo, ya recuerdo.

— Tranquilo, si quieres yo te protejo— me sonrió y su mano sujetó la mía con confianza antes de seguir avanzando hacia los asientos.

Me hizo sentar en el cuarto asiento de la primera fila y él se sentó a mi lado. Esta vez no me dio la mano como en la fila sino que enrolló sus brazos en mi cuerpo de forma protectora.

— No estoy muy seguro de...

— Ya estás arriba, ya no hay retorno— me interrumpió. Yo simplemente respiré profundamente para intentar calmar la ansiedad que estaba comenzando a sentir desde que había aceptado subir.

Nos hicieron ponernos la barra de seguridad y el estómago se me encogió de los nervios. El la barra metálica no llegaba hasta mi abdomen.

— No hay peligro de que uno se salga, ¿verdad?— pregunté.

Jeno miró que la barra no me llegaba y rió.

— No, pero dicen que siempre hay una primera vez— rió cínico.

— ¡¿Qué?!

— Es broma— se carcajeó—. Tranquilo, ¿vale?

Y tras esas palabras el carrito se empezó a mover por el raíl que formaba el ilógico camino de aquella montaña. Quise correr, correr sin mirar atrás, pero como si Jeno hubiese leído mi pensamiento sus brazos se tensaron a mi alrededor, tiernos y protectores. Yo por mi parte estaba más nervioso y asustado de lo que llega a estar la gente cuando enfrenta su peor pesadilla y ya empezaba a redactar en mi mente mi testamento, en el que especificaba qué le hubiera dejado a quién. Ahora solo me quedaba pensar en que al menos moriría feliz en los brazos de la persona a la que amaba.

Mis cabellos comenzaron a moverse con velocidad por el viento producido y luego se apaciguaron cuando el carrito empezó a transitar en dirección hacia lo alto. Hasta el momento no había sido la gran cosa, sólo vueltas tenues y velocidad media, pero ahora sabía que iba empezar lo malo, a lo que más le temía: la adrenalina de la caída en picado.

El corazón se me comenzó a acelerar y el camino hasta la cima se me hizo eterno. Eso era bueno y malo, pues aunque no quería que cayéramos ya, sabía que cuanto más tardara en llegar hasta arriba, mayor era la altura.

El pánico me invadió por completo cuando me percaté de que faltaban sólo unos pocos metros para la gran curva de la montaña. La respiración se me aceleraba y el pulso me atronaba en los oídos. Dicen que cuando estamos en una situación crítica en la que nuestras vidas peligran nos volvemos sinceros sobre aquello que deseamos gritar con todas nuestras fuerzas pero que nos guardamos por las consecuencias que pueda tener el día siguiente. Es por eso que, al borde de caer por la estrafalaria bajada, tuve la necesidad de decirle a Jeno que lo amaba. Como si fuera a morirme y jamás le viera de nuevo.

— Jeno, tengo que decirte algo— farfullé con voz temblorosa. Él me miró y sus ojos me abrazaron tal cual sus brazos lo estaban haciendo con mi cuerpo—. Yo...

Los estruendosos gritos me interrumpieron y el movimiento desagradable de mi estómago provocó que cerrara la boca y los ojos con fuerza. El tiempo se me había acabado.

Me aferré al perfecto cuerpo de Jeno y escondí mi cabeza en su duro pecho llenándome de ese perfume tan exquisito que me transportaba al paraíso al que deseaba volver. Él apretó sus brazos aún más, protegiéndome.

Oía el paso de las llantas rechinar sobre el metal que formaba el raíl mientras el carrito caía a toda velocidad en picado, los gritos combinados entre la euforia y el horror de las personas a mi alrededor y... el corazón palpitante en el pecho de Jeno, pecho en el que mi oído estaba pegado. Sentía que los cabellos se me movían por la velocidad y que tenía el estómago en los pies.

Una y otra y otra vez.

Y solo abrí los ojos es cuando dejé de sentir el movimiento exterior. Y digo exterior porque pese a haber parado en mi mente todo se seguía moviendo, la cabeza me daba vueltas y el estómago estaba apretujado en alguna parte de mi abdomen.

— ¿Verdad que fue divertido?— la voz de Jeno me devolvió un poco la calma.

Le miré, incrédulo.

— ¿Bromeas? Casi muero ahí arriba— farfullé.

Él soltó una carcajada y ese sonido hizo de mi caos interno una quietud. Me ayudó a salir del juego sin soltarme la mano por si acaso y agradecí, pues debía admitir que estaba un tanto mareado.

— ¿Y ahora? Te toca a ti— me dijo.

— Perfecto, elijo ese banco de allí— divisé a unos cuantos metros un pequeño banco negro y lo apunté. Él rió pero no me pudo importar menos, de verdad necesitaba sentarme o si no muchos verían la comida de esta tarde transformada en un curioso y desagradable potaje amarillo.

— No fue para tanto— le restó importancia sentándose conmigo y soltó mi mano.

— Tal vez no para ti pero yo deseé morirme ahí arriba— llevé ambas manos a mi cabeza, apretándola con las yemas de los dedos.

Volvió a reír haciendo que mi nivel de ansiedad bajase considerablemente, su risa era algo de verdad reconfortante.

— Y, ¿qué ibas a decirme?— preguntó.

— ¿Eh?— lo miré al instante, recordando la confesión que estuve a punto de hacerle.

— Sí, antes de que cayéramos en la primera curva de la montaña dijiste que tenías algo que decirme— insistió.

— Oh, bueno...

¿Qué se suponía que debía a decir ahora?





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Manual de lo prohibido   {Norenmin}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora